En medio de una
cultura indígena tan religiosa, tan fuerte y tan profunda, y tomando en cuenta
los antecedentes y el contexto en el momento en que se da el encuentro de Dios
con los hombres, por medio de Santa María de Guadalupe, nos damos cuenta de la
pureza teológica de este evento, que es un portento de inculturación del
Evangelio a la mente indígena y, desde ahí, un fuerte llamado a la conversión
universal del corazón.
La Virgen al parecerse a
Juan Diego consigue que se detenga todo sacrificio humano, pero al hacerlo con
tanta ternura y delicadeza, hablando a un humilde indio, capta el fondo del
alma indígena de pretender ser responsables del equilibrio del universo, de
pensar que ellos eran los responsables de alimentar a los dioses con lo más
preciado: su propia vida; de pensar erróneamente que los corazones y la sangre
de las víctimas mantenían la supervivencia de todo lo que existía, por lo tanto
del mismo ser humano.
En el Acontecimiento Guadalupano se toma lo bueno y positivo que realmente existía en el fondo del alma indígena, se purifica de los terribles errores, así como de la idolatría, y se conduce al ser humano a la plenitud en el único sacrificio de amor verdadero, el de Jesús en la cruz; el Hijo, se sacrifica una vez por todos y así nos redime del mal y la muerte.
En el Acontecimiento Guadalupano se toma lo bueno y positivo que realmente existía en el fondo del alma indígena, se purifica de los terribles errores, así como de la idolatría, y se conduce al ser humano a la plenitud en el único sacrificio de amor verdadero, el de Jesús en la cruz; el Hijo, se sacrifica una vez por todos y así nos redime del mal y la muerte.
Vemos como el Acontecimiento Guadalupano es
una extraordinaria inculturación y proclamación del Evangelio en un momento
importante de la historia humana, y en un núcleo de culturas en donde Dios, por
medio de la Virgen, cumple, sin humillar a sus enviados, los misioneros; y sin
condenar a los indígenas que buscaban ser responsables del equilibrio del
universo entero.
Y si la misión evangelizadora de los
primeros frailes llegados a México parecía del todo destinada al fracaso, después
de las apariciones en el Tepeyac cambió radicalmente la situación misionera. En
pocos años millones de indígenas pidieron a los misioneros españoles el
bautismo cristiano. La Virgen lleva a término en México el acontecimiento más
bello de la historia de la Iglesia.
El Acontecimiento
Guadalupano es el modelo de evangelización perfectamente inculturada como lo
afirmó el recordado y amado San Juan Pablo II. En Santa María de Guadalupe se
da este encuentro entre el verdadero Dios Padre y sus hijos; en Jesucristo se
purifica la fe religiosa indígena llevándola a su máxima plenitud. Un pueblo
con misión en el amor guiado por el Espíritu Santo; en otras palabras, no son
los corazones y la sangre de los hombres derramada en la piedra de los
sacrificios para, supuestamente, alimentar a la divinidad y procurar el
equilibrio universal, sino que es el Hijo de Dios, el Dueño del cielo y de la
tierra, quien se ha dado, se ha entregado, en sacrificio pleno en la cruz, es
su sangre y su corazón que se ofrecen al ser humano para que tenga vida y la
tenga en plenitud; es el verdaderísimo Dios por quien se vive quien se entrega
totalmente por medio sus sacramentos, especialmente en la Eucaristía; es el
Dueño del cielo y de la tierra quien, desde esa cruz de inmolación, nos ha
entregado a su propia Madre como nuestra Madre, nos ha dado su máxima herencia:
María, Madre de la Iglesia, Aquella que nos mira con misericordia y con tanto
amor.