Los mestizos y la Virgen morenita del Tepeyac
a)-La
Conquista y sus traumáticas consecuencias
Cuando la
conquista sufrida en México en 1521, se puede decir que en ese primer encuentro
dramático que ocurrió entre dos culturas tan distintas, entre dos clases de
seres humanos que estaban profundamente convencidos de ser hijos de Dios, cada
uno a su manera, cada uno bajo sus tradiciones, cada uno envuelto en su
identidad. Dos mundos tan distintos, y, al mismo tiempo en algunos aspectos
fundamentalmente parecidos, incluso iguales. El trauma de la Conquista perduró
inevitablemente entre los indígenas: la depresión y el sufrimiento del “pueblo
del sol” continuaron. La gran depresión que en ese momento experimentaba el
pueblo mexica se debía a la devastadora Conquista y a la fatal enfermedad de la
viruela que diezmó la mitad de la población indígena. Para el nativo el mundo,
su mundo, se desplomaba delante de sus propios ojos; todo se derrumbaba, todo
se hacía nada. ¿Dónde estaban los dioses ahora que tanto los necesitaban? ¿Dónde
estaba el enérgico y recio dios Huitzilopochtli que tantos sacrificios humanos
exigió a cada momento, dónde estaba aquél que era alimentado por los corazones
y la sangre de sus hijos?. Entonces era cierto, luego era verdad, los dioses
también habían muerto.
Además, bajo
la realidad objetiva de los hechos históricos, no se puede hablar de dos
bloques uniformes, es decir españoles contra indígenas o viceversa; sino que
hay que recordar que Hernán Cortés tuvo la habilidad de unir bajo su comando a
las tribus de indígenas contrarias a las otras tribus que sustentaban el
Imperio Azteca, así que existieron tanto tribus vencedoras como vencidas,
aunque a la larga todas las tribus fueron tratadas como vencidas; por otro
lado, entre los españoles también existían divisiones; y éstas se darían de una
manera terriblemente dramática cuando frailes españoles trataban de defender no
sólo a los indígenas sino también a un sector de los españoles que serían
sojuzgados por sus mismos paisanos.
La victoria
de unos implicó la pérdida de los más importantes valores de los otros. Su
derrota fue la más vacía de las oblaciones.
Los
poquísimos misioneros que llegaron entre 1523 y 1531, que serían alrededor de
40, se veían ante un reto que superaba totalmente sus habilidades, sus fuerzas,
su mentalidad y sus convicciones. Un reto titánico que trataban de afrontar
siempre con su fe en ser enviados por Dios, precisamente ante las adversidades
más profundas era donde con más claridad se podría manifestar que esto no era
obra humana, sino divina.
No cabe duda
que este primer encuentro entre culturas tan religiosas fue fuerte, profundo y
desgarrador, que aún hoy para algunos, sigue siendo una herida que no ha
sanado, que no se ha sabido todavía superar, porque si bien en un primer
momento fue un golpe fuerte para los que protagonizaron aquel pedazo de
historia, el trauma de la Conquista perduró, inevitablemente entre los
naturales, como lo expresa Miguel León-Portilla: “Quienes se tenían por invencibles, el pueblo del sol, el más poderoso
de la América Media, tuvo que aceptar su derrota. Muertos los dioses, perdido
el gobierno y el mando, la fama y la gloria, la experiencia de la Conquista
significó algo más que tragedia, quedó clavada en el alma y su recuerdo pasó a
ser un trauma” .(Miguel León-Portilla. El reverso de la conquista. Ed, Joaquin Mortiz, México 1970,
pp.21-22). Esto para los indígenas
fue una verdadera tragedia existencial, era lo peor que podía pasarles ya que
para los indios la religión y la fidelidad a los antepasados era lo más importante
en la vida y lo que le daba su sentido más profundo y ahora ante ellos sus
dioses habían muerto y sus antepasados habían desaparecido en las tinieblas.
Otro problema
y grave trauma fue el mestizaje:
b)- Los
mestizos en México
Si bien, al inicio
los indígenas entregaría a sus hijas a los recién llegados “dioses” (los rubios
españoles), fue poco el tiempo que invirtieron para darse cuenta de que no eran
exactamente a quienes esperaban. El encuentro se transformó en un verdadero y
tremendo choque que produjo un ser nuevo en el suelo de este Nuevo Mundo: el
mestizo. Los españoles, aunque embarazaron a infinidad de muchachas indias,
simplemente ignoraron a sus propios descendientes condenándolos a ser parias,
dolorosamente inadecuados y rechazados por los dos mundos que les habían dado
el ser, ya que los indios tampoco amaban a lo engendrado pues era producto de
violación.
El Obispo de
México, Juan de Zumárraga, denunciaba en carta al Rey: “los niños huérfanos, hijos de españoles e indias, que andaban perdidos
por los campos, sin ley ni fe, comiendo carne cruda”. Así los niños
mestizos eran tan despreciados por los españoles como por los indígenas ya que estos
niños mestizos habían sido engendrados como producto de guerra. Esa masa
inmensa de niños que iban creciendo en el abandono y la miseria más denigrante constituía
un dedo acusador que no les dejaba pensar que todo hubiese estado tan legítimamente
hecho.
Es necesario
percatarse de la gran valía de los seres humanos que surgieron de todo esto, primeramente
el mestizo fue un ser despreciado, pero el mestizo era él quien hacía patente
la mezcla de razas, pueblos y culturas; resultado de uno de los encuentros más
fuertes, y esto daba sentido a todo su ser, y ello favoreció el Encuentro
trascendental con Santa María de Guadalupe, quien tomó como su propia identidad
a este mestizo. La Virgen de Guadalupe fue y continúa siendo realmente un
encuentro con lo divino, con el verdadero Dios por quien se vive; un Dios que
ha tomado la iniciativa de entregarse él mismo por medio de su Madre; una Niña
mestiza que se ha hecho “nuestra”, una “morenita”, quien nos entrega a su Hijo,
al Hijo de Dios, que se hace nuestro en Ella. Santa María de Guadalupe es
nuestra Madre y viene para darnos todo su amor, su consuelo, su protección.
c)- El rostro
mestizo de la Virgen de Guadalupe:
El rostro
mestizo de Santa María de Guadalupe es de una jovencita de gran belleza, en él
se manifiesta ternura, compasión, misericordia, consuelo y amor. El rostro de
la Virgen está inclinado en signo de humildad, como lo expresan los indígenas: “para
nosotros es importante esta mujer, porque se para frente al sol, pisa la luna y
se viste con las estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que
Ella, porque está inclinada en signo de respeto”. En esta imagen de Guadalupe, plasmada
sobre la humilde tilma del indio Juan Diego, se ofrece un verdadero mensaje del
amor de Dios tanto para los indígenas como para cualquier otra cultura. Así se
recuerda en el Nican Mopohua lo que la Virgen le dijo al indio: “Porque en verdad, yo me honro en ser tu
madre compasiva, tuya y de todos los hombres, los que me amen”. (vv 29-31).
Su rostro es
mestizo, lo que significa que Ella es madre de todos los seres humanos, como ya
lo dijo el Papa Juan Pablo II: “América
que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido en el rostro
mestizo de la Virgen del Tepeyac, …en Santa María de Guadalupe… un gran ejemplo
de evangelización perfectamente inculturada” (Juan Pablo II.
Ecclesia in América, n° 11, p.20 (1993).
En Ella se
identifican todas las razas y al mismo tiempo, Ella ha tomado de los mestizos
su identidad como dice la tradición indígena de Zozocolco en Veracruz: “Su
rostro no es ni de ellos (los españoles) ni de nosotros (los indígenas), sino
de ambos”. Por ello se le llama con cariño “La Morenita”, Madre de todos los
pueblos.
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