Hoy reflexionemos sobre cómo el obispo
de México le pidió al humilde indio Juan Diego una señal para creerle y,
después de muchos afanes, la Virgen de Guadalupe le envió como señal las
flores, que para los indígenas es una señal adecuadísima, pero cuando Juan
Diego se las entrega, en ese momento se estampa en la tilma del indígena, de manera
prodigiosa, la Imagen bellísima de Santa María de Guadalupe.
Cuando el obispo se puso de pie y
desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se imprimió la Imagen de la
Reina Celestial y la colocó en su oratorio. Santa María de Guadalupe le
concedió la señal, era Ella misma, al aparecerse y estampar su Imagen
prodigiosa en la humilde tilma de este indígena laico, la señal es María, quien
armoniza al cosmos entero, quien armoniza al ser humano en esa piel morena que une
a todas las razas, quien armoniza todo con ese Dios vivo y verdadero que viene
en su Inmaculado vientre, uniendo en el amor a toda creatura con su Creador.
Ella era
la gran señal, y ahora, la señal le pertenece al obispo, pues fue él quien la
pidió, ahora es de él, ahora está en sus manos consagradas. Hay una
transformación, ya que Ella, al plasmar su imagen en la tilma, se plasma en lo
profundo de la identidad del ser humano y ahora esto mismo formaba parte de la señal que le
pertenece al obispo, que representa a la cabeza de Iglesia que instituyó
Jesucristo por medio de Pedro y sus sucesores. O como expresaban los indígenas
al identificar al hombre sabio: “que era aquel dueño de la tinta roja y negra,
dueño de los códices, dueño del símbolo de su escritura, de sus imágenes, donde
estaba guardada y protegida la sabiduría y, con ello, el sabio podía guiar a su
pueblo”.
Juan Diego
pasó un día en la casa del obispo y, al día siguiente, éste le dijo: “«Anda,
vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan
su templo»”. En qué punto de este universo quería la Virgen que se le
edificara su “casita sagrada”, el hogar del Dios Omnipotente, el hogar
del Dueño del cielo y de la tierra. Juan Diego le mostró los sitios en que
había visto y hablado las cuatro veces con la Madre de Dios; y le muestra el
lugar donde incluso María con sus venerables manos colocó las flores en su
tilma, precisamente en el llano del Tepeyac, ahí donde Ella quería su “casita
sagrada”, y. sin olvidar la intención que Ella
tuvo al pedir su Casita Sagrada, para entregar a todas las gentes al
verdaderísimo Dios por quien vivimos
Así, se
logra el gran objetivo y misión de la Virgen María: que el obispo aprobara que
se le erigiera esa “casita sagrada” en el lugar preciso donde Ella la
quería, en el llano del Tepeyac, punto de la tierra, lugar humilde y exacto del
universo, que con la presencia del Eterno, se vuelve sagrado, tierra santa; y
poder estar tan cerca del Bendito Ayate de san Juan Diego, donde nuestro buen
Creador nos mostró su infinito amor al hacer aquí el milagro maravilloso, que
no hizo con ninguna otra nación, de plasmar la preciosa Imagen de la Virgen de
Guadalupe, para gloria suya y salvación de todos nosotros sus hijos.