…”el mensaje de la Virgen de Guadalupe debe
suscitar la fe en la vida eterna que su amado Hijo nos ofrece, ya que nuestra
vida no está marcada por el signo de la muerte…”
...”Juan Diego encontró la razón de su misma
vida, que era ser el servidor de Dios por medio de María, y para el humilde
indígena esta misión le daba, claramente, la razón de su existir, ya que
comprendió que todos hemos sido creados para la vida, no para la muerte.”
…”Juan Diego bajó del cerro con las
bellísimas flores en su tilma y
se las mostró a la Virgen de Guadalupe, quien lo había esperado en el llano del
Tepeyac. Ella, con sus delicadas manos, colocó cada una de las flores en su
justo lugar dentro de la tilma de
san Juan Diego; esto es muy significativo, pues la Virgen de Guadalupe colocó
la verdad de Dios en la persona humana; esto es un signo de una profunda
inculturación, es decir, Ella pone la verdad de Dios en cada corazón.”
…”De esta manera, todo el Acontecimiento
Guadalupano es signo de amor y de misericordia divina, signo de la vida y no de
la muerte; signo por el cual se inicia la edificación de la “casita sagrada”,
hogar del Dios omnipotente, que comienza en nuestro corazón. Así que los
“fieles difuntos” pueden descansar en paz, pues encontrarán la vida eterna,
permanecerán siempre en la “casita sagrada” del amor de Dios, en ese hogar lleno
de misericordia.”
En este mes de Noviembre se conmemora
el día de los fieles difuntos. Y es precisamente en este tiempo donde el
mensaje de la Virgen de Guadalupe debe suscitar la fe en la vida eterna que su
amado Hijo nos ofrece, ya que nuestra vida no está marcada por el signo de la
muerte, como lo expresó san Juan Diego cuando estaba muy preocupado y ansioso
por la terrible y mortal enfermedad que su tío, Juan Bernardino padecía, cuando
expresó su dolor diciéndole a la Virgen de Guadalupe: “A eso vinimos, a esperar
el trabajo de nuestra muerte”; entendemos por lo que estaba pasando Juan Diego,
pero nuestra vida, como hijos de Dios y de Santa María de Guadalupe, está
marcada por el signo de la vida, no de la muerte.
La Virgen de Guadalupe nos dice, como
se lo dijo a san Juan Diego, “no tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí que
tengo el honor y la dicha de ser tu madre?” y nos asegura su protección, su
resguardo, nos recuerda que Ella es la fuente de nuestra alegría y que estamos
en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos. Ella nos da, nos ofrece, “su
Amor-Persona, Amor pleno y verdadero, Amor que es el mismo Dios y Señor, el
Dueño de la vida, el Dueño del universo, el Dueño de toda la creación, el
verdaderísimo Dios por quien se vive”.
El Señor, el Mesías, el Salvador y el
Redentor vino a encontrarse con el ser humano, con nosotros, por medio de Santa
María de Guadalupe, por ello, Juan Diego no debía tener miedo, que su tío ya
estaba bien, ya había sanado; el humilde indio macehual mantuvo y profundizó su
fe, pues creyó lo que le decía Santa María de Guadalupe, es más, en ese
momento, Juan Diego se manifestó con un sentimiento plenamente libre, y de
inmediato se puso en las manos de María para que se cumpliera la voluntad de la
Virgen que era la edificación de una “casita sagrada”, el hogar del Dios
omnipotente; y le suplicó que le hiciera el gran honor de ser su servidor y su
mensajero; y es cuando la Virgen de Guadalupe le pidió que subiera a la cumbre
del cerro del Tepeyac por recoger el signo que había que llevarle al obispo:
flores extraordinarias, flores llenas de vida que ahí encontraría en ese cerro
muerto, árido, pedregoso y en un tiempo que helaba, es decir, signo de muerte.
Sin embargo, Juan Diego no dudó, antes reforzó aún más su fe, como después se
lo expresaría al mismo obispo. Juan Diego encontró la razón de su misma vida,
que era ser el servidor de Dios por medio de María, y para el humilde indígena
esta misión le daba, claramente, la razón de su existir, ya que comprendió que
todos hemos sido creados para la vida, no para la muerte.
Efectivamente, en la cumbre del cerro
del Tepeyac, Juan Diego encontró todo un vergel de hermosísimas flores, tan
extraordinarias que las creía de otro mundo, como de allá de donde eran los
conquistadores, de Castilla, por ello les llamaba: “Flores de Castilla”, flores
maravillosas y extraordinarias, que además lanzaban un perfume suavísimo, es
importante saber que para los indígenas todo esto comprendía un cúmulo de
signos que manifestaba la presencia de la divinidad.
De este modo, son las flores,
inicialmente, la señal; y digo, inicialmente, pues cuando Juan Diego colocó
estas flores en su tilma; es importante saber que para el indígena, la
tilma representaba su propia persona; pues la tilma servía para cubrirse
y protegerse del frío y de los rayos del sol; así como para ser consagrados
desde el nacimiento, también se usaba para el matrimonio ya que se ataba el
huipil de la mujer con la tilma del varón, uniendo a las personas en
matrimonio; también la tilma se usaba para sembrar o cosechar; incluso
bordaban en la tilma los diseños con los que se representaba la misión
que tenían en la comunidad y, con ello, también certificaban la dignidad de la
persona y, finalmente, la tilma servía como mortaja, pues con ella se
envolvía el cadáver de su propietario. En pocas palabras, la tilma representa a
la persona misma.
Posteriormente, Juan Diego bajó del
cerro con las bellísimas flores en su tilma y se las mostró a la Virgen
de Guadalupe, quien lo había esperado en el llano del Tepeyac. Ella, con sus
delicadas manos, colocó cada una de las flores en su justo lugar dentro de la tilma
de san Juan Diego; esto es muy significativo, pues la Virgen de Guadalupe
colocó la verdad de Dios en la persona humana; esto es un signo de una profunda
inculturación, es decir, Ella pone la verdad de Dios en cada corazón. De esta
manera, Juan Diego ya estaba preparado para ir delante del obispo para creer en
su mensaje y hacer una realidad el construir esa “casita sagrada” que tanto deseaba;
así que cuando Juan Diego llegó delante del obispo Zumárraga desenrolló su
blanca tilma y le entregó las flores divinas.
Y
es en ese preciso momento que la portentosa y hermosa Imagen de la Virgen de
Guadalupe se imprimió, se estampó, en la humilde tilma de san Juan Diego, una
Imagen de una doncella que. al mismo tiempo, está en cinta, y es Madre, como
Ella misma se lo expresó a su humilde mensajero: “yo soy en verdad la
perfecta siempre Virgen Santa María, que tengo el honor y la dicha de ser madre
del verdaderísimo Dios por quien se vive…” (Nican Mopohua, v. 26). De esta
manera, todo el Acontecimiento Guadalupano es signo de amor y de misericordia
divina, signo de la vida y no de la muerte; signo por el cual se inicia la
edificación de la “casita sagrada”, hogar del Dios omnipotente, que comienza en
nuestro corazón. Así que los “fieles difuntos” pueden descansar en paz, pues
encontrarán la vida eterna, permanecerán siempre en la “casita sagrada” del
amor de Dios, en ese hogar lleno de misericordia.
Boletín Guadalupano, Noviembre 2015
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