Queridos Hermanos: Estoy contento de poder
encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este amado País al cual,
siguiendo los pasos de mis Predecesores, también yo he venido a visitar.
No podía dejar de venir ¿Podría el
Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder
posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?. Les agradezco
que me reciban en esta Catedral, «casita»
prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por
las amables palabras de acogida que me han dirigido.
Porque sé que aquí se halla
el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde
entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido
por abrirme la puerta. Sé que mirando
los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha
aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan
profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella
custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus
alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde
con ternura de Madre porque son sus propios hijos.
Estoy contento de estar con
ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de
la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo
partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les
lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a
cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo
lo que fluye intensamente del corazón del Papa.
Como hizo San Juan Diego, y
lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el
deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna.
He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan
cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.
Una mirada de
ternura
Ante todo, la «Virgen
Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los
hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega
y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o
la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la
fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.
Un inquieto y notable
literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de
las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el
cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un
resguardo, de un hogar.
Transcurridos siglos del
evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se
ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del
pueblo que se les ha confiado a ustedes? Guadalupe nos enseña que Dios
es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia -agacharse,
acercarse- pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza. …..
…Como enseña la bella tradición guadalupana, la
«Morenita» custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el
rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de
irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a
tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el
corazón, resguardarlos.
Conozco la larga y dolorosa
historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y
desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi
venerado y santo Predecesor, dijo, que en México estaba como en su casa y ha
querido recordar que: «Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres
realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias,
sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos
indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de
estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de
los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido
enaltecer la independencia y la libertad» (JUAN PABLO II, Discurso en la
ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).
Y en esta historia, el regazo materno que
continuamente ha generado a México,
aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces»
(Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se
recompusieron siempre.
Por eso, les invito a partir
nuevamente de esta necesidad de regazo que proclama el alma de vuestro pueblo.
El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente
marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro
continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se
puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la
nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (Homilía
en la Canonización de San Juan Diego).
Reclínense pues, con
delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con
atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto
en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y
pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de
coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre
y solamente para redimir, ¿no es el antídoto a la autosuficiencia prepotente de
cuantos creen poder prescindir de Dios?
…. Una mirada de conjunto y de unidad
Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende
por completo. Por tanto, les
invito a comprender que la misión que la Iglesia les confía, y siempre les
confió, requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede
realizarse aisladamente, sino sólo en comunión.
La Guadalupana está ceñida de una cintura que
anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado
por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo
naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de
Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la
fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.
…. Queridos hermanos, el
Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo
mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa
la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás
bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien
continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que
soy tu Madre»?
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