Frase

Conoce el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Cada año millones de personas acuden a rezar a María, la Madre "que nos lleva en su regazo", Ella también nos dice hoy: "No se perturbe tu corazón, no temas".

martes, 13 de diciembre de 2016

- El Papa nos actualiza la Virgen de Guadalupe

El Papa Francisco pronunció una bella homilía en el día en el que la Iglesia celebra a la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México.
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre en la Basílica de San Pedro hoy 12 Diciembre en el Vaticano:
            «Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,45) con estas palabras Isabel ungió la presencia de María en su casa. Palabras que nacen de su vientre, de sus entrañas; palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su prima: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti porque has creído».
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición.
Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan. Así lo hizo también en 1531: corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos nuestros pueblos.
Con Isabel también nosotros hoy en su día queremos ungirla y saludarla diciendo: «Feliz de ti María porque has creído» y sigues creyendo «que se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor» (v. 45). María es así como el icono del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar.
En María tenemos el fiel reflejo «no (de) una fe poéticamente edulcorada, sino (de) una fe recia sobre todo en una época en la que se quiebran los dulces encantos de las cosas y las contradicciones entran en conflicto por doquier».
Ciertamente tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse dentro de la historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en la sociedad.
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Qué duro es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos obligándolos a vivir en la soledad, simplemente porque no generan productividad; o ver –como bien supieron decir los obispos en Aparecida–, «la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa».
Son situaciones que nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
Frente a todas estas situaciones, así y todo, tenemos que decir con Isabel: «Feliz de ti por haber creído», y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre.
Celebrar a María es, en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad.
Siempre me ha impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, esas madres luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos. Así es María con nosotros, somos sus hijos: Mujer luchadora frente a la sociedad de la desconfianza y de la ceguera, frente a la sociedad de la desidia y la dispersión; Mujer que lucha para potenciar la alegría del Evangelio. Lucha para darle «carne» al Evangelio.
Mirar la Guadalupana es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de aquellos que logran «hacer carne» su Palabra, que buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia.
Celebrar la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza». María, porque creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos.
Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos.
Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia, de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
No tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada. Una mirada que nos hace hermanos. Lo hacemos porque, al igual que Juan Diego, sabemos que aquí está nuestra madre, sabemos que estamos bajo su sombra y su resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el cruce de sus brazos.
Danos la paz y el trigo, Señora y niña nuestra, una patria que sume hogar, templo y escuela, un pan que alcance a todos y una fe que se encienda por tus manos unidas y por tus ojos de estrella. Amén.



viernes, 9 de diciembre de 2016

- Guadalupe, Ventana al Cielo

La tilma de san Juan Diego es la Ventana al Cielo, pues en ella está plasmada la prodigiosa imagen de la bellísima Santa María de Guadalupe. Y en ella observamos como la Virgen de Guadalupe está rodeada del cosmos, las estrellas, la luna, el sol, la tierra, las nubes, un ángel con alas de águila y los colores de las cuatro dimensiones y direcciones del universo.
  Quien ve la imagen de la Virgen de Guadalupe plasmada en la humilde tilma de san Juan Diego se encontrará con el retrato de una doncella de Nazaret que está “encinta”, embarazada; por lo tanto, en el centro de su imagen está Él, Jesucristo nuestro Señor, es la Encarnación del Verbo y, al mismo tiempo, en la fiesta de Panquetzaliztli, fiesta que fue descrita por el misionero del siglo XVI, como la “Pascua principal” indígena. Ahora se comprenderá, cómo de manera completa y perfecta la Virgen de Guadalupe es la primera misionera del amor misericordioso de Dios, pues Jesucristo se ofrece, por medio de ella, como la Pascua Florida, Jesucristo, aquel que ha vencido a las tinieblas y ha vencido a la muerte.
  Esto es una proclamación maravillosa de lo que la Virgen María expresa en el Evangelio: “Hagan lo que Él les diga”, y obviamente nos lleva al centro de todo altar lo verdadero, la Eucaristía. Ella es mujer eucarística, que nos dirige a Él: único y eterno sacrificio. Él que es sacerdote, víctima y altar.
  Con razón es la Virgen de Guadalupe es la primera misionera maravillosa del Amor Misericordioso de Dios, especialmente cuando ella le dijo “sí” a la voluntad de Dios, “sí” al amor, “sí” a la maternidad, “sí” a la misericordia divina. Por eso, Ella nos enseña a decirle “sí” al Señor, especialmente con la vida misma. Y más ahora que tanto necesita el ser humano, que está muy desconcertado, que está muerto de miedo por las diferencias, por las envidias, por los celos, por el egoísmo, por la soberbia, y que varios hermanos nuestros parece que todavía no entienden que es sólo en la abrazo de aceptación del otro como hermano que encontraremos nuestra razón de ser y existir.
  En este mes de diciembre, el día 12, se cumplen 485 años de que Dios le mostró a todo ser humano, de una manera muy especial, su amor; se cumplirán 485 años de la irrupción de Dios en este mundo y en esta historia, por medio de Santa María de Guadalupe, quien lleva a Jesús en su inmaculado vientre.