El Papa Francisco pronunció
una bella homilía en el día en el que la Iglesia celebra a la Virgen de
Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México.
A continuación el texto
completo de la homilía del Santo Padre en la Basílica de San Pedro hoy 12
Diciembre en el Vaticano:
«Feliz
de ti porque has creído» (Lc 1,45) con estas palabras Isabel ungió la presencia
de María en su casa. Palabras que nacen de su vientre, de sus entrañas;
palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su
prima: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti
porque has creído».
Dios nos
visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con
un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica
lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a
nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos
hasta transformar toda nuestra vida en
alabanza y bendición.
Cuando
Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se
sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo
vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza
quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros templos, sale a
visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan. Así lo hizo también
en 1531: corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese Pueblo que estaba
gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos nuestros
pueblos.
Con
Isabel también nosotros hoy en su día queremos ungirla y saludarla diciendo:
«Feliz de ti María porque has creído» y sigues creyendo «que se cumplirá todo
lo que te fue anunciado de parte del Señor» (v. 45). María es así como el icono
del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar
nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar.
En María
tenemos el fiel reflejo «no (de) una fe poéticamente edulcorada, sino (de) una
fe recia sobre todo en una época en la que se quiebran los dulces encantos de
las cosas y las contradicciones entran en conflicto por doquier».
Ciertamente
tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y
caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse dentro de la
historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en la sociedad.
………/….
Qué duro
es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos obligándolos a
vivir en la soledad, simplemente porque no generan productividad; o ver –como
bien supieron decir los obispos en Aparecida–, «la situación
precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y
adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de
casa».
Son
situaciones que nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y
especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
Frente a
todas estas situaciones, así y todo, tenemos que decir con Isabel: «Feliz de ti
por haber creído», y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado
y caracteriza a nuestra Madre.
Celebrar
a María es, en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no
somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la
madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos
se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la
madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad.
Siempre
me ha impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, esas madres
luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos. Así es
María con nosotros, somos sus hijos: Mujer luchadora frente a la sociedad de la
desconfianza y de la ceguera, frente a la sociedad de la desidia y la
dispersión; Mujer que lucha para potenciar la alegría del Evangelio. Lucha para
darle «carne» al Evangelio.
Mirar la
Guadalupana es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de
aquellos que logran «hacer carne» su Palabra, que buscan encarnar la vida de
Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia.
Celebrar
la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en
la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante
las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza». María, porque
creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos.
Celebrar
la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos
invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus
mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos.
Contemplarla
es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la
reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra
latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia,
de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
No
tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada. Una mirada que
nos hace hermanos. Lo hacemos porque, al igual que Juan Diego, sabemos que aquí
está nuestra madre, sabemos que estamos bajo su sombra y su resguardo, que es
la fuente de nuestra alegría, que estamos en el cruce de sus brazos.
Danos la
paz y el trigo, Señora y niña nuestra, una patria que sume hogar, templo y
escuela, un pan que alcance a todos y una fe que se encienda por tus manos
unidas y por tus ojos de estrella. Amén.
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