…”La Madre de
Dios es figura de la Iglesia y de Ella queremos aprender a ser Iglesia con
rostro mestizo, con rostro indígena, afroamericano, rostro campesino, rostro
cola, ala, cacaxtle. Rostro pobre, de desempleado, de niño y niña, anciano y
joven para que nadie se sienta estéril ni infecundo, para que nadie se sienta
avergonzado o poca cosa. Sino, al contrario, para que cada uno al igual que
Isabel y Juan Diego pueda sentirse portador de una promesa, de una esperanza y pueda
decir desde sus entrañas:«¡Abba!, es decir, ¡Padre!», desde el misterio de esa
filiación que, sin cancelar los rasgos de cada uno, nos universaliza
constituyéndonos pueblo. Hermanos, en este clima de memoria agradecida por
nuestro ser latinoamericanos, cantemos en nuestro corazón el cántico de Isabel,
el canto de la fecundidad, y digámoslo junto a nuestros pueblos que no se cansan
de repetirlo: Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús.
…(Isabel era
estéril)…Esterilidad que puede tomar muchos nombres y formas cada vez que una
persona siente en su carne la vergüenza al verse estigmatizada o sentirse poca
cosa. Así podemos vislumbrarlo en el indiecito Juan Diego cuando le dice a
María «yo en verdad no valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy
ala, sometido a hombros y a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá
donde te dignas enviarme». Así también este sentimiento puede estar —como bien
nos hacían ver los obispos Latinoamericanos— en nuestras comunidades «indígenas
y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad
de condiciones; o en muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo,
raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja
calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en
el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos
pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes
buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la
prostitución infantil, ligada muchas veces al turismo sexual».
… (pero) Fue
precisamente él (Juan Diego), y no otro, quien lleva en su tilma la imagen de
la Virgen: la Virgen de piel morena y rostro mestizo, sostenida por un ángel
con alas de quetzal, pelícano y guacamayo; la madre capaz de tomar los rasgos
de sus hijos para hacerlos sentir parte de su bendición.
…Queridos
hermanos, en medio de esta dialéctica de fecundidad–esterilidad miremos la
riqueza y la diversidad cultural de nuestros pueblos de América Latina y el
Caribe, Ella (La Santísima Virgen) es signo de la gran riqueza que somos
invitados no sólo a cultivar sino, especialmente en nuestro tiempo, a defender
valientemente de todo intento homogeneizador que termina imponiendo —bajo
slogans atrayentes— una única manera de pensar, de ser, de sentir, de vivir, que
termina haciendo inválido o estéril todo lo heredado de nuestros mayores; que
termina haciendo sentir, especialmente a nuestros jóvenes, poca cosa por
pertenecer a tal o cual cultura. En definitiva, nuestra fecundidad nos exige
defender a nuestros pueblos de una colonización ideológica que cancela lo más
rico de ellos, sean indígenas, afroamericanos, mestizos, campesinos, o
suburbanos.”
-Este es el texto íntegro de la homilía del Papa Francisco
(12-12-2017)
El Evangelio de la Visitación de María a Isabel que acaba de ser
proclamado, hoy fiesta de Santa María de Guadalupe, es el prefacio de dos
grandes cánticos: el cántico de María conocido como el «Magníficat» y el
cántico de Zacarías, el «Benedictus», y me gusta llamarlo «el cántico de Isabel
o de la fecundidad». Miles de cristianos a lo largo y ancho de todo el mundo
comienzan el día cantando: «Bendito sea el Señor» y terminan la jornada
«proclamando su grandeza porque ha mirado con bondad la pequeñez de los suyos».
De esta forma, los creyentes de diversos pueblos, día a día, buscan hacer
memoria; recordar que de generación en generación la misericordia de Dios se
extiende sobre todo el pueblo como lo había prometido a nuestros padres. Y en
este contexto de memoria agradecida brota el canto de Isabel en forma de
pregunta: «¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?». A
Isabel, la mujer marcada por el signo de la esterilidad, la encontramos
cantando bajo el signo de la fecundidad y del asombro.
Quisiera
subrayar estos dos aspectos. Isabel, la mujer bajo el signo de la esterilidad y
bajo el signo de la fecundidad.
1-Isabel la
mujer estéril, con todo lo que esto implicaba para la mentalidad religiosa de
su época, que consideraba la esterilidad como un castigo divino fruto del
propio pecado o el del esposo. Un signo de vergüenza llevado en la propia carne
o por considerarse culpable de un pecado que no cometió o por sentirse poca
cosa al no estar a la altura de lo que se esperaba de ella. Imaginemos, por un
instante, las miradas de sus familiares, de sus vecinos, de sí misma…
esterilidad que cala hondo y termina paralizando toda la vida. Esterilidad que
puede tomar muchos nombres y formas cada vez que una persona siente en su carne
la vergüenza al verse estigmatizada o sentirse poca cosa.
Así podemos
vislumbrarlo en el indiecito Juan Diego cuando le dice a María «yo en verdad no
valgo nada, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala, sometido a hombros y
a cargo ajeno, no es mi paradero ni mi paso allá donde te dignas enviarme». Así
también este sentimiento puede estar —como bien nos hacían ver los obispos
Latinoamericanos— en nuestras comunidades «indígenas y afroamericanas, que, en
muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; o en
muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación
socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen
oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo
para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados,
migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la
economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, ligada
muchas veces al turismo sexual».
2-Y junto a
Isabel, la mujer estéril, contemplamos a Isabel la mujer fecunda-asombrada. Es
ella la primera en reconocer y bendecir a María. Es ella la que en la vejez
experimentó en su propia vida, en su carne, el cumplimiento de la promesa hecha
por Dios. La que no podía tener hijos llevó en su seno al precursor de la
salvación. En ella, entendemos que el sueño de Dios no es ni será la
esterilidad ni estigmatizar o llenar de vergüenza a sus hijos, sino hacer
brotar en ellos y de ellos un canto de bendición. De igual manera lo vemos en
Juan Diego. Fue precisamente él, y no otro, quien lleva en su tilma la imagen
de la Virgen: la Virgen de piel morena y rostro mestizo, sostenida por un ángel
con alas de quetzal, pelícano y guacamayo; la madre capaz de tomar los rasgos
de sus hijos para hacerlos sentir parte de su bendición.
Pareciera
que una y otra vez Dios se empecina en mostrarnos que la piedra que desecharon
los constructores se vuelve la piedra angular (Sal117,22).
Queridos
hermanos, en medio de esta dialéctica de fecundidad–esterilidad miremos la
riqueza y la diversidad cultural de nuestros pueblos de América Latina y el
Caribe, ella es signo de la gran riqueza que somos invitados no sólo a cultivar
sino, especialmente en nuestro tiempo, a defender valientemente de todo intento
homogeneizador que termina imponiendo —bajo slogans atrayentes— una única
manera de pensar, de ser, de sentir, de vivir, que termina haciendo inválido o
estéril todo lo heredado de nuestros mayores; que termina haciendo sentir,
especialmente a nuestros jóvenes, poca cosa por pertenecer a tal o cual
cultura. En definitiva, nuestra fecundidad nos exige defender a nuestros pueblos
de una colonización ideológica que cancela lo más rico de ellos, sean
indígenas, afroamericanos, mestizos, campesinos, o suburbanos.
La Madre de
Dios es figura de la Iglesia (Lumen Gentium, 63) y de ella queremos aprender a
ser Iglesia con rostro mestizo, con rostro indígena, afroamericano, rostro
campesino, rostro cola, ala, cacaxtle. Rostro pobre, de desempleado, de niño y
niña, anciano y joven para que nadie se sienta estéril ni infecundo, para que
nadie se sienta avergonzado o poca cosa. Sino, al contrario, para que cada uno
al igual que Isabel y Juan Diego pueda sentirse portador de una promesa, de una
esperanza y pueda decir desde sus entrañas:«¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Ga 4,6)
desde el misterio de esa filiación que, sin cancelar los rasgos de cada uno,
nos universaliza constituyéndonos pueblo.
Hermanos, en
este clima de memoria agradecida por nuestro ser latinoamericanos, cantemos en
nuestro corazón el cántico de Isabel, el canto de la fecundidad, y digámoslo
junto a nuestros pueblos que no se cansan de repetirlo: Bendita eres entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.