Así se ha vivido la peregrinación a la Basílica de Guadalupe
Los teóricos del fin de la fe católica –que son legión en el
mundo—llegado el 12 de diciembre de cada año, fruncen el ceño: algo pasa en
México, en Estados Unidos, en Centroamérica, El Caribe y muchos otros rincones
de la Tierra. Una devoción se desborda: la devoción a “la morenita del
Tepeyac”.
Como centro neurálgico de esta auténtica peregrinación masiva, está la Basílica
de Guadalupe, situada al noreste de la Ciudad de México. Entre el día 9 y hoy
12 de diciembre, las autoridades calculan ocho y medio millones de peregrinos
que traen consigo toda la intención no de pedir, sino de agradecer.
Tocar a la Madre del verdaderísimo Dios
Tan solo la noche de ayer y la madrugada de hoy, se hicieron presentes
en la Basílica cuatro y medio millones de mexicanos, estadounidenses,
salvadoreños, guatemaltecos y quién sabe cuántas otras nacionalidades, para
expresar su gratitud por aquella que le dijo a San Juan Diego, durante una de
sus apariciones, que no tuviera miedo sobre la enfermedad de su tío Juan
Bernardino: “¿Qué no estoy yo aquí que soy tu madre?”.
El mismo sentimiento de pequeñez y de maternidad es el que asalta a los
peregrinos. Ayer y hoy se han roto todos los récords de asistencia: cinco por
ciento más personas que en 2016 y, seguramente, cinco por ciento menos que
peregrinarán hasta la Basílica de Guadalupe el próximo 2018
Todos con ella
La madrugada de hoy, artistas, conductores de televisión, cantantes,
turistas, pueblo fiel, se dieron cita en la explanada mariana para cantarle a
la Virgen “Las Mañanitas”, la popular canción que en México se entona en la
mañana a la persona que cumple años. Y ese mismo gesto se repitió en todas las
parroquias dedicadas a Guadalupe o en todos los templos que tienen en su
interior una imagen de la Emperatriz de las Américas.
En la Basílica, cientos de miles fueron a dar gracias a la Virgen por
los favores recibidos. Los testimonios de fe incluyen un sincretismo religioso
alucinante. La paga de “mandas” por ejemplo. Una mujer entrada en años se
acerca penosamente, de rodillas, a la Basílica, en medio de la multitud que
caldea un poco el ambiente gélido de este 12 de diciembre bajo cero en la
Ciudad de México. Viene del vecino Estado de Hidalgo, ya ensangrentada, a dar
gracias a la virgencita por haber curado a su hija de leucemia.
Con una jaculatoria en los labios: “Santa María de Guadalupe, Reina de
México, ruega por tu nación”.
Mediadora de amor
Desde luego, los hombres de “ciencia” y los escépticos se encogen de
hombros. “Se curó solita”, dirán. O por los medicamentos del Seguro Popular.
Nadie ni nada convencerá al pueblo fiel de México que fue la Virgen. Y que ella
está aquí como mediadora de amor, para acunarlos en sus brazos, para hacer de
sus pequeños, como hizo con San Juan Diego, queridísimos suyos, sus hijos de
verdad.
La madrugada de hoy hubo un componente especial: miles le pidieron
fuerza a Guadalupe, con el puño en alto, para hacer frente a las consecuencias
que tuvieron en el país los terremotos del pasado mes de septiembre. En el
atrio de la Basílica se volvió a repetir el puño en alto que dio la vuelta al
mundo como símbolo del eslogan popular que nació de entre las ruinas y el
desastre: “¡Fuerza México!” Hoy se vieron muchos más jóvenes que en otros años.
Muchos de ellos caminando de las 11 de la noche, desde el Auditorio Nacional,
hasta la Basílica de Guadalupe en Ciudad de México: 12 o 13 kilómetros de
aglomeraciones, frío y esperanza.
Esperanza en un país con 40,000 “desaparecidos”, con el nivel más alto
de homicidios dolosos de su historia en el pasado mes de octubre; con 60
millones de pobres y con una amenaza constante por su principal socio comercial
situado al norte del Río Bravo. Esperanza que solamente puede darle a los
mexicanos –y con ellos a todo el Continente—la Emperatriz de las tres Américas
y del Caribe.
Y una canción como estribillo que hoy se canta en cada pedazo de México:
“Desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupana, la Guadalupano, la
Guadalupana bajó al Tepeyac”.
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