Homilía
pronunciada por el Sr. Cardenal Norberto Rivera C.,
Arzobispo
Primado de México, en el XIII Aniversario de la Canonización de San Juan Diego
Cuauhtlatoatzin,
en la
Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
31
de julio de 2015
El día de hoy estamos de
fiesta, la fiesta del amor de Dios, que se manifestó en este lugar por medio de
su Madre, Santa María de Guadalupe, quien eligió a un humilde macehual, san
Juan Diego Cuauhtlatoatzin, como mensajero de este amor de Dios. Estamos en
este sagrado, lugar en donde ella quiso se le construyera su “Casita sagrada”,
para manifestarlo, para ensalzarlo, para ofrecerlo a Él que es su Amor-Persona.
Una “Casita sagrada”, un “templo”, en cuyo centro estaría siempre Jesucristo,
su amado Hijo, el verdaderísimo Dios por quien se vive. Ella quería una “casita
sagrada”, el hogar del Dios Omnipotente, ya que venía a estar en medio de su
familia, es decir, en medio de nosotros.
Y para que se
construyera esta “Casita sagrada” era necesario la aprobación del obispo de
México, y fue esta, precisamente, la misión de su pequeño hijito, Juan Diego,
el llevar este mensaje al obispo, para lograr el consentimiento del mi
dignísimo antecesor, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México.
¡Qué mejor lugar como
éste, para manifestar nuestra dicha de que un hombre humilde y sencillo como
san Juan Diego haya sido canonizado! Un hombre que cumplió fielmente su misión,
pese a las dificultades, y lo logró lleno de la alegría que sólo da la fe. Y
decimos que “pese a las dificultades” pues una de las más grandes que tuvo que
enfrentar fue el ver a su tío anciano, Juan Bernardino, como iba siendo
consumido por la enfermedad y la muerte, y sin que él pudiera hacer nada. Y fue
precisamente aquí, en donde la Virgen de Guadalupe le dice que su tío ya estaba
bien, que ya había sanado, y Juan Diego tuvo fe, le creyó a la madre de Dios y
su madre.
Qué mejor lugar como
este para celebrar que san Juan Diego, en un día como hoy, 31 de julio, pero
del año de 2002, se proclamó que ya estaba en la “Casita Sagrada del cielo”,
que era cierto lo que decían los mismos indígenas sobre la persona de este
indígena humilde, que era un “hombre santo”, un “hombre santísimo” y que todo
esto fue confirmado en la Santa Misa de Canonización presidida por otro varón
santísimo, san Juan Pablo II.
Santa María de Guadalupe
viene a que se realice la construcción de esta “Casita sagrada”, que no es otra
cosa sino el que todos seamos Familia de Dios, lugar del encuentro con Dios, en
la oración, en el diálogo permanente con aquel que es el Amor y es quien más
nos ama; una “Casita sagrada” en donde todos nos esforcemos en poner todo
nuestro esfuerzo para vivir como hermanos, que nos esforcemos por ser
solidarios, misericordiosos, servir, ayudar y amar al otro simplemente por
amor. Y así es como siempre actuó María.
Ciertamente, Jesús, José
y María tuvieron que vencer muchos problemas, y alguno de estos muy grave como
cuando José tomó a su esposa y a su hijo para protegerlos de las manos de aquel
que quería destruirlo. Una familia que por el amor de Dios, que los unía,
salieron delante de toda dificultad.
Así, la familia
actualmente tiene que superar muchas adversidades, como lo recordó nuestro
amado Papa Francisco en su visita apostólica en Bolivia en julio pasado, cuando
señaló que la familia estaba “amenazada por todos lados”, y enumeró algunas de
estas amenazas que buscan destruirla, como por ejemplo: “la violencia
doméstica, el alcoholismo, el machismo, las drogas, el desempleo, la
inseguridad civil, el abandono de las personas mayores, los niños de la calle,
y las pseudo-soluciones generadas por una perspectiva que no ayuda a la
familia”, así mismo, el Santo Padre añadió que todo esto que desgarraba a la
familia era como “una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de
amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer.”
Pero también el Papa
Francisco nos dice con una grandísima esperanza que “la muerte no tiene la última
palabra”.
Exactamente como la
Virgen de Guadalupe se lo expresó a san Juan Diego: “no tengas miedo, ¿Acaso no
estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿Acaso no soy tu
protección y resguardo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría?...” (Nican
Mopohua, v. 119)
Ella misma experimentó
la alegría de Dios en su propia familia. Desde el momento en que María tiene la
inmensa alegría de ser la Madre de Dios bajo la sombra del Espíritu Santo y,
precisamente, siendo inspirada por este mismo Espíritu de Dios, Ella fue a
ayudar a su prima Isabel, a servirla para dar la bienvenida a un niño, que
representa el milagro de vida gracias a la compasión de Dios, y no podía ser de
otra manera, cuando la vida de este niño surgía del vientre estéril de su
prima. Por el amor del verdadero Dios misericordioso la familia de María se iba
a acrecentar.
Ser instrumentos del amor de Dios y tener su bendición en la vida
de un niño, es un gran don de Dios que llena el corazón de alegría y de
alabanza que no puede encerrarse, sino que se proclama con la alegría y la
emoción de saberse en los brazos amorosos de Dios, como lo hizo de una manera
hermosa la prima de Isabel cuando al ver venir a su prima María, quien venía
con Jesús en su Inmaculado vientre y con los brazos abiertos a darle una abrazo
lleno de alegría y felicitación, lleno del calor de familia, lanza su
testimonio con fuerte y humilde voz: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a
verme?” (Lc, 1, 39) Y el fruto de sus entrañas brincaba de alegría, la vida
milagrosa que venía de Dios a pesar de todas las contrariedades, saltaba llena
de alegría en las entrañas muertas, pero que ahora habían sido tocadas de
manera milagrosa por aquel que es el Dueño de la Vida, dice Isabel: “A penas
llegó tu saludo a mis oídos el niño saltó de alegría en mis entrañas.” (Lc, 1,
44).
.... Una familia que es regalo de Dios, y en donde todos
pusieron su mejor esfuerzo, todo su corazón, todo su amor, en el plan
maravilloso y extraordinario de la salvación de Dios.
Un plan de salvación que
nos hace plenos en el amor y en la alegría de compartirlo; hacer de todos y, de
una manera especial, del hermano más necesitado, nuestra familia. Compartir
esta alegría inmensa que se desborda, precisamente como lo dijo Santa María de
Guadalupe a san Juan Diego: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy la fuente de tu
alegría?” Como también lo dijo el Papa Francisco, “sin alegría, nosotros los
cristianos no podemos ser libres, nos convertimos en esclavos de nuestras
tristezas”. (Homilía, 31 de marzo de 2013).
Gracias Dios
Omnipotente, Señor de la Vida, por darnos el tesoro de la vida y de la familia,
gracias por llamarnos a cada uno de nosotros para que pongamos nuestro mejor
esfuerzo en favor de la vida y de la familia, gracias por san Juan Diego que
nos dio ejemplo de santidad en la solidaridad, en el cuidado, en la protección,
en la atención y en el amor para con la familia, ayúdanos a construir, llenos
de alegría, ésta, tu “Casita Sagrada”, en donde siempre se bendiga tu nombre,
Dios de la vida, Dios de la familia, Dios del amor.