Frase

Conoce el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Cada año millones de personas acuden a rezar a María, la Madre "que nos lleva en su regazo", Ella también nos dice hoy: "No se perturbe tu corazón, no temas".

domingo, 9 de agosto de 2015

- La Casita sagrada hoy, Homilia Cardenal de México

Homilía pronunciada por el Sr. Cardenal Norberto Rivera C., 
Arzobispo Primado de México, en el XIII Aniversario de la Canonización de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, 
en la Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe.
31 de julio de 2015

El día de hoy estamos de fiesta, la fiesta del amor de Dios, que se manifestó en este lugar por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe, quien eligió a un humilde macehual, san Juan Diego Cuauhtlatoatzin, como mensajero de este amor de Dios. Estamos en este sagrado, lugar en donde ella quiso se le construyera su “Casita sagrada”, para manifestarlo, para ensalzarlo, para ofrecerlo a Él que es su Amor-Persona. Una “Casita sagrada”, un “templo”, en cuyo centro estaría siempre Jesucristo, su amado Hijo, el verdaderísimo Dios por quien se vive. Ella quería una “casita sagrada”, el hogar del Dios Omnipotente, ya que venía a estar en medio de su familia, es decir, en medio de nosotros.
Y para que se construyera esta “Casita sagrada” era necesario la aprobación del obispo de México, y fue esta, precisamente, la misión de su pequeño hijito, Juan Diego, el llevar este mensaje al obispo, para lograr el consentimiento del mi dignísimo antecesor, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México.
¡Qué mejor lugar como éste, para manifestar nuestra dicha de que un hombre humilde y sencillo como san Juan Diego haya sido canonizado! Un hombre que cumplió fielmente su misión, pese a las dificultades, y lo logró lleno de la alegría que sólo da la fe. Y decimos que “pese a las dificultades” pues una de las más grandes que tuvo que enfrentar fue el ver a su tío anciano, Juan Bernardino, como iba siendo consumido por la enfermedad y la muerte, y sin que él pudiera hacer nada. Y fue precisamente aquí, en donde la Virgen de Guadalupe le dice que su tío ya estaba bien, que ya había sanado, y Juan Diego tuvo fe, le creyó a la madre de Dios y su madre.
Qué mejor lugar como este para celebrar que san Juan Diego, en un día como hoy, 31 de julio, pero del año de 2002, se proclamó que ya estaba en la “Casita Sagrada del cielo”, que era cierto lo que decían los mismos indígenas sobre la persona de este indígena humilde, que era un “hombre santo”, un “hombre santísimo” y que todo esto fue confirmado en la Santa Misa de Canonización presidida por otro varón santísimo, san Juan Pablo II.
Santa María de Guadalupe viene a que se realice la construcción de esta “Casita sagrada”, que no es otra cosa sino el que todos seamos Familia de Dios, lugar del encuentro con Dios, en la oración, en el diálogo permanente con aquel que es el Amor y es quien más nos ama; una “Casita sagrada” en donde todos nos esforcemos en poner todo nuestro esfuerzo para vivir como hermanos, que nos esforcemos por ser solidarios, misericordiosos, servir, ayudar y amar al otro simplemente por amor. Y así es como siempre actuó María.
Ciertamente, Jesús, José y María tuvieron que vencer muchos problemas, y alguno de estos muy grave como cuando José tomó a su esposa y a su hijo para protegerlos de las manos de aquel que quería destruirlo. Una familia que por el amor de Dios, que los unía, salieron delante de toda dificultad.
Así, la familia actualmente tiene que superar muchas adversidades, como lo recordó nuestro amado Papa Francisco en su visita apostólica en Bolivia en julio pasado, cuando señaló que la familia estaba “amenazada por todos lados”, y enumeró algunas de estas amenazas que buscan destruirla, como por ejemplo: “la violencia doméstica, el alcoholismo, el machismo, las drogas, el desempleo, la inseguridad civil, el abandono de las personas mayores, los niños de la calle, y las pseudo-soluciones generadas por una perspectiva que no ayuda a la familia”, así mismo, el Santo Padre añadió que todo esto que desgarraba a la familia era como “una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer.”
Pero también el Papa Francisco nos dice con una grandísima esperanza que “la muerte no tiene la última palabra”. 
Exactamente como la Virgen de Guadalupe se lo expresó a san Juan Diego: “no tengas miedo, ¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿Acaso no soy tu protección y resguardo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría?...” (Nican Mopohua, v. 119)
Ella misma experimentó la alegría de Dios en su propia familia. Desde el momento en que María tiene la inmensa alegría de ser la Madre de Dios bajo la sombra del Espíritu Santo y, precisamente, siendo inspirada por este mismo Espíritu de Dios, Ella fue a ayudar a su prima Isabel, a servirla para dar la bienvenida a un niño, que representa el milagro de vida gracias a la compasión de Dios, y no podía ser de otra manera, cuando la vida de este niño surgía del vientre estéril de su prima. Por el amor del verdadero Dios misericordioso la familia de María se iba a acrecentar. 
Ser instrumentos del amor de Dios y tener su bendición en la vida de un niño, es un gran don de Dios que llena el corazón de alegría y de alabanza que no puede encerrarse, sino que se proclama con la alegría y la emoción de saberse en los brazos amorosos de Dios, como lo hizo de una manera hermosa la prima de Isabel cuando al ver venir a su prima María, quien venía con Jesús en su Inmaculado vientre y con los brazos abiertos a darle una abrazo lleno de alegría y felicitación, lleno del calor de familia, lanza su testimonio con fuerte y humilde voz: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” (Lc, 1, 39) Y el fruto de sus entrañas brincaba de alegría, la vida milagrosa que venía de Dios a pesar de todas las contrariedades, saltaba llena de alegría en las entrañas muertas, pero que ahora habían sido tocadas de manera milagrosa por aquel que es el Dueño de la Vida, dice Isabel: “A penas llegó tu saludo a mis oídos el niño saltó de alegría en mis entrañas.” (Lc, 1, 44).
.... Una familia que es regalo de Dios, y en donde todos pusieron su mejor esfuerzo, todo su corazón, todo su amor, en el plan maravilloso y extraordinario de la salvación de Dios.
Un plan de salvación que nos hace plenos en el amor y en la alegría de compartirlo; hacer de todos y, de una manera especial, del hermano más necesitado, nuestra familia. Compartir esta alegría inmensa que se desborda, precisamente como lo dijo Santa María de Guadalupe a san Juan Diego: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy la fuente de tu alegría?” Como también lo dijo el Papa Francisco, “sin alegría, nosotros los cristianos no podemos ser libres, nos convertimos en esclavos de nuestras tristezas”. (Homilía, 31 de marzo de 2013).
Gracias Dios Omnipotente, Señor de la Vida, por darnos el tesoro de la vida y de la familia, gracias por llamarnos a cada uno de nosotros para que pongamos nuestro mejor esfuerzo en favor de la vida y de la familia, gracias por san Juan Diego que nos dio ejemplo de santidad en la solidaridad, en el cuidado, en la protección, en la atención y en el amor para con la familia, ayúdanos a construir, llenos de alegría, ésta, tu “Casita Sagrada”, en donde siempre se bendiga tu nombre, Dios de la vida, Dios de la familia, Dios del amor.


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