Como todo
Acontecimiento Salvífico, el Guadalupano, si bien se verifica en un momento
histórico: del 9 al 12 de diciembre de 1531, y en un lugar determinado: en el
cerro del Tepeyac, en México; trasciende fronteras, culturas, pueblos,
costumbres, etc., y también trasciende tiempos; llega hasta lo más profundo del
ser humano; además, toma en cuenta la participación precisamente de este ser
humano, concreto e histórico, con sus defectos y virtudes para que, con su intervención,
camine, peregrine, construyendo la unidad.
Una de las más claras manifestaciones de esta
realidad es la conversión del corazón, es el mover al ser humano, desde lo más
profundo de su alma, de su espíritu y de su razón, haciendo realidad un cambio
de vida pleno, dándole todo su sentido, para llegar a la tierra prometida, a la
tierra sagrada, a la tierra florida, a la Pascua Florida.
En aquel 1531, los franciscanos, misioneros
de la Palabra de Dios, entraron al Nuevo Mundo con esta idea de lograr la
conversión de cuanto ser humano se encontrara en el camino, pero todo parecía
imposible para ellos: eran muy pocos, la conquista había destruido la esperanza
de los nativos en sus tradiciones… y en esta situación de sufrimiento para
todos, llega la Virgen y se aparece a un indígena, al indio Juan Diego...
En este sentido, la frase que María expresó a
Juan Diego: “que no se perturbe tu rostro, tu corazón” (Nican Mopohua,118),
tiene una gran profundidad, ya que en, la mentalidad indígena, esto significa
la persona entera; además, tiene un contenido que se enriquece si se toma en
cuenta que para la mentalidad indígena un profesor, un sabio, un dirigente, un
padre de familia, es aquel que puede transformar al ser humano desde el
fundamento de la vida, lo que los indígenas expresan como el “poner un rostro
humano en el corazón ajeno”, era el humanizar el corazón, el humanizar la
vida..
Desde la aparición de la Virgen de Guadalupe
se manifestó una de las conversiones más impresionantes, sin precedentes en
toda la historia de la Iglesia Católica, en tan sólo siete años, más de nueve
millones de conversiones. Las fuentes históricas nos permiten conocer la
magnitud de esta conversión. Por las fuentes documentales, sobre todo de los
primeros misioneros, testigos directos de esta apoteótica conversión, tenemos
un testimonio vivo de este fenómeno de fe. Una conversión que no hay ciencia
humana que la pueda explicar.
Hoy, en este tiempo de grandes retos, es
donde se vuelve un tiempo de gracia, una gracia de Dios que se hace patente
ante los problemas de la vida, se fortalece y se profundiza en la plenitud de
su Amor y en los brazos de su Madre y nuestra Madre que nos dice “No tengas
miedo, no tengas miedo, ¿acaso no estoy yo aquí, que tengo el honor y la dicha
de ser tu madre?” (Nican Mopohua,
119).
Santa María de Guadalupe nos llena del amor, un amor que no se puede encerrar u ocultar, que se tiene que compartir; Ella es la fuente de toda alegría pues nos da a su amadísimo Hijo; siendo Ella nuestra Madre somos al mismo tiempo hermanos de Jesucristo, el Resucitado. Ella es portadora de la misericordia, del consuelo y de la paz.