Santa María
de Guadalupe nos expresa con infinito amor que Ella es la Madre de Dios, y fue,
precisamente, Jesucristo en el momento en que ofrece su vida, clavado en la cruz,
momento crucial de su pasión, exactamente, cuando está entregando toda su vida,
todo su ser, es cuando también nos entrega lo más precioso para Él, su propia
Madre haciéndola nuestra. “Mujer ahí está tu hijo, hijo ahí está tu Madre”.
Así, María al ser Madre de Dios y Madre
nuestra se vuelve nuestra identidad, nuestra integración, nuestra armonía y
nuestra paz; Ella es la Madre de todos los seres humanos, como se lo expresó a
san Juan Diego cuando el 9 de diciembre de 1531 se presentó ante este humilde
indio macehual diciendo: “soy tu Madre, la Madre de todos
aquellos que en esta tierra están en uno y de las demás variadas naciones,
estirpes, los que me amen”. De esta manera, es claro que es la Madre tanto de los indígenas,
como del cúmulo de razas y de culturas que están en esta misma tierra, así como
de los españoles, que a su vez representan también un gran cúmulo de culturas y
razas, y en la base se encuentran los judíos y árabes y, en ellos, todo ser
humano.
Así pues, todos formamos un solo pueblo, una
sola civilización que viene del amor de Dios, por medio de su Madre, quien es
también nuestra Madre; y que también en el Nican Mopohua, la Virgen María lo
expresa con infinita humildad y tierno amor: “«¿no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu
Madre?».”
Esto nos confirma con inmensa alegría que todos, absolutamente todos, estamos
llamados a ser la única familia de Dios y, con ello, ser protagonistas de la
paz, de la unidad, de la armonía, del perdón, del amor pleno de Jesucristo
Nuestro Señor en Santa María de Guadalupe.
Todos los que integramos
los cinco continentes podemos hacer nuestras las palabras de Santa María de Guadalupe
quien también nos dice que es Madre de todos: “los que a mí clamen –dice
María–, los que me busquen, los que confíen en mí, porque ahí escucharé su
llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus
miserias, sus dolores».”
Por ello, el rostro
mestizo de la Virgen de Guadalupe, la Morenita, es el mestizaje de integración
en un amor profundo. Ella, “la Madre del verdaderísimo Dios por
quien se vive”,
ha tomado hasta en la piel esta identidad con todos, ya que en Ella confluyen
todas las razas, y Ella es Madre de todos, es signo de mestizaje de todos los
pueblos en Ella, ya que su piel morena es el amor maternal que nos une a todos
en su Hijo Jesús, pues todos somos la familia de Dios, como Ella misma se lo
reiteró de manera directa a Juan Diego.
Ella
participa de manera maternal en hacer nacer este nuevo pueblo, esta nueva
civilización del amor de Dios, da un nuevo nacimiento desde el amor del
verdaderísimo Dios por quien se vive.
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