Antes de la Aparición de la
Virgen de Guadalupe la tarea de evangelizar a los indígenas mexicanos llegó a
ser prácticamente imposible. Los indios habían sido conquistados, estaban
enfermos (epidemias, cólera..) y experimentaban una profunda y general
depresión ante la caída de sus dioses y su imperio. Por el otro lado, los
españoles estaban divididos: unos adorando a los ídolos del oro, el poder y la
fama, llegando incluso a intentar ellos mismos, asesinar al Obispo de México –que
era español- por sus denuncias contra los abusos de los conquistadores hacia
los indígenas. Los misioneros cristianos llegados eran unos pocos frailes
franciscanos, a los que además se les sumaba el problema del idioma para
entender y poderse hacer entender por los nativos…
Pero ante la intervención de Dios, por medio
de Santa María de Guadalupe, las cosas cambiaron de tal manera que desde el 12
de diciembre de 1531 las conversiones de los indígenas se contaron por miles,
llegaron a ser aproximadamente de ocho a nueve millones, en tan solo siete
años, fue una conversión de tales dimensiones, que no hay ciencia humana que la
pueda explicar. Las fuentes históricas nos permiten conocer la magnitud de esta
conversión sin precedentes en México y seguramente tampoco en el mundo entero:
Así vemos como Fray Toribio de Benavente, Motolinia,
no pudo negar que en los primeros años los indios permanecían reacios a
convertirse al catolicismo; en su obra: “Memoriales” (p.116) escribe: “Anduvieron los mexicanos cinco años muy fríos”.
Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad
del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras
las conversiones. En general los franciscanos eran conscientes del grave
obstáculo que se levantaba ante la falta de testimonio de varios de sus
paisanos españoles y la manera cruel con la que algunos trataron a los
indígenas. Así en Carta colectiva dicen: “seguramente
osamos afirmar que según eran tratados y veíamos las carnicerías que de ellos
se hacían y los robos, vejaciones y crueldades que con ellos se usaba, que
teníamos creído que no hubiera indios en toda la muchedumbre para cuatro años”.
(“Carta Colectiva de los franciscanos”. Cuauhtitlán,,en Fray Toribio de
Benavente, Motolinia, “Memoriales”, p/440.
Sin embargo, después de 1531, los mismos
franciscanos estaban asombrados de la conversión que se estaba manifestando; el
mismo autor siguió haciendo cuentas de los miles y miles que se habían
bautizado y llegó a la conclusión que en total en ese año de 1536: “serán hasta hoy día bautizados cerca de
cinco millones” (en Historia de los Indios, p.85). En el códice “Nican Motecpana”
se confirma este cambio desde el corazón indígena que se manifestó en la
aceptación de la fe: “los indios.. desde
que oyeron que se apareció la Santa Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y desde
que vieron y admiraron su perfectísima imagen, que no tiene arte humano, con lo
cual abrieron mucho los ojos, cual se de repente hubiera amanecido para ellos”
(Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, p.307). Uno de los aspectos claves en esta
conversión sin precedentes en la historia de la Iglesia es que María viene a
traernos al “verdadero Dios Por quien se vive”, como así lo dijo en su aparición
al indio Juan Diego.
El obispo
de México, fray Juan de Zumárraga, también manifestaba una gran diferencia de
ánimo entre su carta del 1529 (dos años antes de la Aparición de la Virgen) enviada
al rey donde se descubre un grito doloroso dirigido a Dios, pidiendo su divina
intervención: “si Dios no provee con
remedio de su mano está la tierra (México) en punto de perderse totalmente”;
y ahora, en 1539, después de diez años todo cambió. Nos encontramos con un
obispo que había visto con sus propios ojos, había escuchado con sus propios
oídos y había cuidado prudentemente de realizar la voluntad de la Reina del
Cielo, así que escribió una carta que manifestaba totalmente otra actitud; se
había dado una conversión en él, en el sentido que ya no tenía miedo, ni
angustia, ni temor..
Si bien los indígenas fueron los que
entendieron de manera inmediata todo el mensaje de la Virgen, a los pocos años
también para los españoles ya era una de las más importantes devociones la cual
había realizado un cambio impresionante en su comunidad. El domingo 6 de
septiembre de 1556, fray Alonso de Montúfar, segundo arzobispo de México,
pronunció una homilía en la que dijo maravillas sobre la imagen y la devoción
del Tepeyac y motivó a continuar con la devoción a la Virgen de Guadalupe. En
su sermón “procuró de persuadir a todo el
pueblo a la devoción a Nuestra Señora..y así toda la mayor parte de esta ciudad…
sigue y prosigue la dicha devoción” y:”
la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita imagen, y los
indios también, y cómo van descalzas señoras principales y muy regaladas, y a
pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a nuestra Sra. y de
estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo…”
(Testimonio de Juan de
Salazar, en Información de 1556. P 51).