El gran deseo de Santa
María de Guadalupe es que se le edificara una “casita sagrada”, un hogar
sagrado en donde “Ella mostraría, ensalzaría,
manifestaría y entregaría todo su Amor-Persona, es decir, Jesucristo, el
Salvador y Redentor”. En este hogar, en esta “casita sagrada”, construida
en el llano del Tepeyac, es decir, en la raíz de lo sagrado y de lo verdadero,
es en donde Ella ofrecería a su Hijo amado.
Santa María de
Guadalupe continúa afirmando que “Él es
su mirada compasiva, su auxilio y su salvación”. El verdadero Dios, Dueño
del cielo y de la tierra, se ofrece en totalidad e incluso viene a vivir en
este pedazo humilde y pobre de la creación. Es una verdadera manifestación de
Dios que se entrega por amor a cada uno de nosotros.
Tenemos que recordar
que lo primero que construían los mexicanos para hacer un nuevo pueblo era precisamente
el templo, no se iniciaba la construcción de un pueblo, o una ciudad, o una
civilización, sin que primero se construyera el templo; de esta manera los
indígenas identificaban su nación, su pueblo, su civilización, precisamente,
con el lugar que les daba su identidad sagrada. La Virgen María realizó una
evangelización perfectamente inculturada al iniciar una nueva civilización
pidiendo la construcción de esa “casita sagrada” que confirmaba una nueva
creación que surgía desde lo más profundo del ser abatido, el indígena
derrotado.
Ahora comprendemos
mejor la gran admiración y la inmensa alegría que suscitaría entre los indígenas
el conocimiento de este gran suceso, cuando san Juan Diego lo informará desde
el primer momento; pues serían conscientes que este encuentro con Ella, al
mismo tiempo, era un encuentro con el único y verdadero Dios. La alegría no
cabría en sus corazones al ser testigos de que el “Dios por quien se vive” venía a encontrarse con ellos; que a ese
Dios sí le importaba el ser humano, que ese Dios es amor y que ahora venía a ellos
por medio de lo más significativo y amado para Él que era su propia Madre, a
quien hizo nuestra Madre y Ella aceptó.
Queda claro que el
punto central del mensaje de la Virgen de Guadalupe no era Ella, sino su Hijo
Jesucristo; Ella quería un templo, su “casita sagrada”, efectivamente, es de
Ella, pero el centro de esta “casita sagrada” es Jesús, su Amor-Persona.
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