El Obispo pide pruebas de la Virgen,
las flores y la tilma (*) del indio
El europeo obispo Fray Juan
de Zumárraga ¿creería en una Aparición de la Virgen sólo entregándole Juan
Diego hermosas flores? Aún cuando estas flores se habían dado en un lugar inhóspito,
la colina del Tepeyac y en un clima invernal…o quizás las flores sí eran para el
indio Juan Diego una verdadera señal sagrada, totalmente coherente con su
mentalidad indígena…pero jamás se imaginó lo que iba a acontecer. Veamos lo que
ocurrió aquel 12 de diciembre de 1521 en México:
Juan
Diego, el humilde indígena narró con toda exactitud lo que había visto,
admirado y escuchado; incluso que era imposible que hubieran flores en aquel
lugar árido y salitroso, en ese tiempo invernal y con ese clima que helaba; sin
embargo, Juan Diego le confirmó al obispo:”no por ello dude, no por ello
titubeé”. Gracias a la enorme fe de este humilde indígena el ser humano tuvo la
posibilidad de encontrarse con Dios por medio de su propia Madre, Santa María
de Guadalupe. “Y luego extendió su blanca
tilma, en cuyo hueco estaban las flores. Y al caer al suelo todas las variadas
flores, luego allí en su tilma se convirtió en señal, se apareció de repente la
Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y
figura en que ahora está, en donde ahora es conservada, en su sagrada casita en
el Tepeyac, que se llama Guadalupe..” (Nican Mopohua, 181-184, escrito entre
1540 y 1548).
Juan Diego como todo indio macehual no podía usar
vestiduras decoradas o estampadas, por lo que es exacto lo que se describe de su
“blanca tilma”, y es en ese momento cuando el humilde indígena la extiende y le entrega al obispo la señal solicitada.
En seguida caen al suelo las preciosas flores, que para el indio era una señal
totalmente maravillosa, por la manera en la que él fue testigo de haberlas
encontrado en un terreno muerto y en un tiempo en donde no se daban y en un
clima que helaba; por lo que era un verdadero prodigio, y la señal era la más
adecuada por el simbolismo que entre los indígenas existía en el fondo de su cultura
religiosa; pero Santa María de Guadalupe también ofreció el complemento de la
señal, que eran las flores, complemento perfecto en la prodigiosa estampación
de su propia Imagen en la humilde tilma de su mensajero, ante los incrédulos
ojos del obispo y de los que ahí se encontraban.
Ahora sí se complementaba la señal, no eran
solamente las flores sino que ahora se incluía la tilma y en ella la
maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe. Ahora bien, la tilma era símbolo
de la persona; por lo tanto, el hecho de que la Virgen de Guadalupe hubiera
elegido como una parte integrante de la señal el estamparse en la tilma de Juan
Diego, significa que se plasma en la persona misma de este humilde indio. Por
ello, Juan Diego, el laico indígena humilde y fiel ahora es parte de la señal
entregada al obispo.
La imagen de Santa María de Guadalupe
estampada en la humilde tilma al presentarse como una mujer de piel morena, una
mestiza, se identifica plenamente con la unidad que debe existir entre todos los
seres humanos, tomando precisamente este color de piel, su mestizaje es el
símbolo de la fraternidad que debe existir en y con todas las razas del mundo;
en su rostro moreno estamos todos sus hijos, su sangre su color; somos su
propia imagen, su pintura. La maternidad del Tepeyac establece la casa de
encuentro de los pueblos mestizos en el ayer, en el hoy y en el mañana de
América Latina y el Caribe.
“
Y el obispo se levantó, desató del cuello de donde estaba atada la vestidura,
la tilma de Juan Diego en la que se apareció, en donde se convirtió en
venerable señal la Reina Celestial. Y luego la llevó allá, la fue a a colocar
en su oratorio…” (Nican Mopohua, 188-190, escrito entre 1540 y 1548).
(*)-Tilma:
Manta
que llevan los hombres del campo, a modo de capa, anudada sobre el hombro.
La
tilma estaba tejida con fibras de ágave, un material que se usaba para hacer
cuerdas. Una vez retorcidas, estas fibras daban hilos ásperos, duros y muy
resistentes. El tejido que se obtenía, por tanto, era áspero, no adecuado para
ser pintado. Y mucha gente, observando la imagen, se preguntaba cómo había sido
posible obtener una figura tan bonita en una tela tan áspera.
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