… El gran deseo de Santa María de Guadalupe aquel frío invierno de 1531,
era la construcción de una “casita sagrada”, de un hogar sagrado, de un
templo, de una iglesia católica, en donde Ella mostraría, ensalzaría y entregaría
todo su Amor-Persona, es decir, su Hijo amado: Jesucristo. Es en este hogar, en
esta “casita sagrada”, en este templo, en donde entregaría a su Hijo amado,
Jesucristo, como dice la Santísima Virgen María: “a Él, que es mi
Amor-Persona”; es decir, que así como el Padre eterno ofrece a su propio
Hijo y Jesucristo mismo ofrece su propia vida, también María, su Madre, lo ofrece,
lo entrega, para el bien y salvación de todo ser humano.
Y continúa afirmando la Santísima Virgen, que Él es su mirada
compasiva, su auxilio y su salvación. El verdadero Dios, Dueño del cielo y
de la tierra se manifiesta y se ofrece en totalidad a todos los seres humanos; es
más, el Señor pleno de misericordia viene a vivir, a hacer su morada, su hogar,
en este pedazo humilde y pobre de la creación, viene a vivir en medio de
nosotros. … es Él quien se manifiesta por medio de su Madre Santísima y se
entrega por amor a cada uno de nosotros.
EN SANTA MARÍA DE GUADALUPE SE DA UNA VERDADERA MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR
JESÚS.
La Virgen de Guadalupe se presenta como una mujer embarazada, es decir
Ella es el “Arca viviente de la Alianza”, es una mujer Cristo-céntrica”. No es
que se realice una segunda Encarnación, ni tampoco, Ella trae una nueva
Revelación, ni tampoco Ella proclama otro Evangelio. ¡Nada de eso! Ella es el
primer discípulo y misionera del Amor único y eterno de Dios.
Ella viene a proclamar la única Encarnación, la única Revelación, el
único Evangelio y, la única Epifanía, o Manifestación del amor de Dios, para la
salvación de todos los hombres de la tierra, de todas las generaciones y de todos
los lugares.
El gran deseo de Santa María de Guadalupe aquel frío invierno de 1531,
era la construcción de una “casita sagrada”, de un hogar sagrado, de un templo,
de una iglesia católica, en donde Ella mostraría, ensalzaría y entregaría todo
su Amor-Persona, es decir, su Hijo amado: Jesucristo. Es en este hogar, en esta
“casita sagrada”, en este templo, en donde entregaría a su Hijo amado,
Jesucristo, como dice la Santísima Virgen María: “a Él, que es mi Amor-Persona”; es decir, que así como el Padre
eterno ofrece a su propio Hijo y Jesucristo mismo ofrece su propia vida,
también María, su Madre, lo ofrece, lo entrega, para el bien y salvación de
todo ser humano.
Y continúa afirmando la Santísima Virgen, que Él es su mirada compasiva, su auxilio y su salvación. El verdadero
Dios, Dueño del cielo y de la tierra se manifiesta y se ofrece en totalidad a
todos los seres humanos; es más, el Señor pleno de misericordia viene a vivir,
a hacer su morada, su hogar, en este pedazo humilde y pobre de la creación,
viene a vivir en medio de nosotros. Es una verdadera Epifanía del Señor; es Él
quien se manifiesta por medio de su Madre Santísima y se entrega por amor a
cada uno de nosotros.
Todo esto converge asombrosamente con la visión de san Juan en el libro del
Apocalipsis cuando dice: “Después tuve la
visión del Cielo Nuevo y de la Nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera
tierra ya pasaron; en cuanto al mar ya no existe. Entonces vi la Ciudad Santa,
la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como
una novia engalanada en espera de su prometido. Oí una voz que clamaba desde el
trono: «Ésta es la morada de Dios entre los hombres, fijará desde ahora su
morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y el mismo será
Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte,
ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado.»”
(Apocalipsis 21, 1-4).
Esto nos lleva a lo importante y trascendental de este acontecimiento,
ya que, como confirmamos, es el encuentro del verdadero Dios con los seres
humanos de corazón humilde y esto se logra por medio de Santa María de
Guadalupe; y también por la participación del humilde indígena, Juan Diego, a
quien se le pidió también poner todo su esfuerzo y su voluntad, para construir
juntos este nuevo hogar cósmico, templo, “casita sagrada”, podemos decir, iglesia
católica centrada en el inmenso y verdadero amor de Dios para toda la humanidad.
Ahora comprendemos mejor la gran admiración y la inmensa alegría que suscitaría
entre los indígenas el conocimiento de este gran suceso, cuando Juan Diego lo
informara en su momento; pues serán conscientes que este encuentro con Ella, al
mismo tiempo, era un encuentro con el único y verdadero Dios. La alegría no
cabría en sus corazones al ser testigos de que el “Dios por quien se vive” venía a encontrarse con ellos, se les manifestaba
totalmente con ternura; que a ese Dios sí le importaban, que ese Dios es amor y
que ahora venía a ellos por medio de lo más significativo y amado para Él que
era su propia Madre, a quien hizo nuestra Madre y Ella aceptó, en el momento de
su entrega total, en el sacrificio pleno en la cruz, entregando su vida por
nosotros.
La manifestación de Jesucristo Nuestro Señor como Mesías, Hijo de Dios y
Salvador, ha sido la oportunidad de encontrarse con Él, no solo los testigos de
su bautismo, no solo los invitados a las bodas de Caná, no solo los “Magos” de Oriente;
sino también cada uno de nosotros. Es también ocasión para tener encuentro con el
Señor, es necesario hacer caso a la invitación del Papa Francisco (Cf.
Evangelii Gaudium 3) para tener un encuentro personal con Cristo. Santa María
de Guadalupe ha sido señalada como Estrella de la Primera y de la Nueva
Evangelización, y es que Ella nos lleva, nos guía hasta Aquel que es nuestra salvación:
“Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me
levanten mi casita sagrada, en donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de
manifiesto, lo entregaré a las gentes en todo mi amor personal, a Él que es mi
mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación” (Nican
Mopohua 27-28). Desde este punto de vista aquí hay también una Epifanía, se manifiesta
Jesucristo como el que salva, y María es su Estrella, la cual es al tiempo
guiada por su Señor, Ella nos guía hacia su Hijo, y su Hijo la guía a Ella. En
este Acontecimiento tenemos también el ejemplo del hombre abierto, dispuesto,
en busca; que se deja guiar por la Estrella, y ese es San Juan Diego: “Y cuando llegó frente a Ella, mucho le
maravilló cómo sobrepasaba toda admirable perfección y grandeza: su vestido como
el sol resplandecía, así brillaba” (Nican Mopohua 16-17).
La Memoria de esta manifestación es fundamental, no solo para sentirnos privilegiados
por el don, por el regalo que Dios Nuestro Padre nos ha hecho; sino sobre todo,
para continuar la bella tarea de la Evangelización (Cf. Evangelii Gaudium 13).
Canónigo. Dr. Eduardo Chávez Sánchez. (Boletín Guadalupano)