Frase

Conoce el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Cada año millones de personas acuden a rezar a María, la Madre "que nos lleva en su regazo", Ella también nos dice hoy: "No se perturbe tu corazón, no temas".

martes, 13 de diciembre de 2016

- El Papa nos actualiza la Virgen de Guadalupe

El Papa Francisco pronunció una bella homilía en el día en el que la Iglesia celebra a la Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América y Patrona de México.
A continuación el texto completo de la homilía del Santo Padre en la Basílica de San Pedro hoy 12 Diciembre en el Vaticano:
            «Feliz de ti porque has creído» (Lc 1,45) con estas palabras Isabel ungió la presencia de María en su casa. Palabras que nacen de su vientre, de sus entrañas; palabras que logran hacer eco de todo lo que experimentó con la visita a su prima: «Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti porque has creído».
Dios nos visita en las entrañas de una mujer, movilizando las entrañas de otra mujer con un canto de bendición y alabanza, con un canto de alegría. La escena evangélica lleva consigo todo el dinamismo de la visita de Dios: cuando Dios sale a nuestro encuentro moviliza nuestras entrañas, pone en movimiento lo que somos hasta transformar toda nuestra vida en alabanza y bendición.
Cuando Dios nos visita nos deja inquietos, con la sana inquietud de aquellos que se sienten invitados a anunciar que Él vive y está en medio de su pueblo. Así lo vemos en María, la primera discípula y misionera, la nueva Arca de la Alianza quien, lejos de permanecer en un lugar reservado en nuestros templos, sale a visitar y acompaña con su presencia la gestación de Juan. Así lo hizo también en 1531: corrió al Tepeyac para servir y acompañar a ese Pueblo que estaba gestándose con dolor, convirtiéndose en su Madre y la de todos nuestros pueblos.
Con Isabel también nosotros hoy en su día queremos ungirla y saludarla diciendo: «Feliz de ti María porque has creído» y sigues creyendo «que se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor» (v. 45). María es así como el icono del discípulo, de la mujer creyente y orante que sabe acompañar y alentar nuestra fe y nuestra esperanza en las distintas etapas que nos toca atravesar.
En María tenemos el fiel reflejo «no (de) una fe poéticamente edulcorada, sino (de) una fe recia sobre todo en una época en la que se quiebran los dulces encantos de las cosas y las contradicciones entran en conflicto por doquier».
Ciertamente tendremos que aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre; aprender de esa fe que sabe meterse dentro de la historia para ser sal y luz en nuestras vidas y en la sociedad.
………/….
Qué duro es ver cómo hemos normalizado la exclusión de nuestros ancianos obligándolos a vivir en la soledad, simplemente porque no generan productividad; o ver –como bien supieron decir los obispos en Aparecida–, «la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa».
Son situaciones que nos pueden paralizar, que pueden poner en duda nuestra fe y especialmente nuestra esperanza, nuestra manera de mirar y encarar el futuro.
Frente a todas estas situaciones, así y todo, tenemos que decir con Isabel: «Feliz de ti por haber creído», y aprender de esa fe recia y servicial que ha caracterizado y caracteriza a nuestra Madre.
Celebrar a María es, en primer lugar, hacer memoria de la madre, hacer memoria de que no somos ni seremos nunca un pueblo huérfano. ¡Tenemos Madre! Y donde está la madre hay siempre presencia y sabor a hogar. Donde está la madre, los hermanos se podrán pelear pero siempre triunfará el sentido de unidad. Donde está la madre, no faltará la lucha a favor de la fraternidad.
Siempre me ha impresionado ver, en distintos pueblos de América Latina, esas madres luchadoras que, a menudo ellas solas, logran sacar adelante a sus hijos. Así es María con nosotros, somos sus hijos: Mujer luchadora frente a la sociedad de la desconfianza y de la ceguera, frente a la sociedad de la desidia y la dispersión; Mujer que lucha para potenciar la alegría del Evangelio. Lucha para darle «carne» al Evangelio.
Mirar la Guadalupana es recordar que la visita del Señor pasa siempre por medio de aquellos que logran «hacer carne» su Palabra, que buscan encarnar la vida de Dios en sus entrañas, volviéndose signos vivos de su misericordia.
Celebrar la memoria de María es afirmar contra todo pronóstico que «en el corazón y en la vida de nuestros pueblos late un fuerte sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen ofuscar toda esperanza». María, porque creyó, amó; porque es sierva del Señor y sierva de sus hermanos.
Celebrar la memoria de María es celebrar que nosotros, al igual que ella, estamos invitados a salir e ir al encuentro de los demás con su misma mirada, con sus mismas entrañas de misericordia, con sus mismos gestos.
Contemplarla es sentir la fuerte invitación a imitar su fe. Su presencia nos lleva a la reconciliación, dándonos fuerza para generar lazos en nuestra bendita tierra latinoamericana, diciéndole «sí» a la vida y «no» a todo tipo de indiferencia, de exclusión, de descarte de pueblos o personas.
No tengamos miedo de salir a mirar a los demás con su misma mirada. Una mirada que nos hace hermanos. Lo hacemos porque, al igual que Juan Diego, sabemos que aquí está nuestra madre, sabemos que estamos bajo su sombra y su resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el cruce de sus brazos.
Danos la paz y el trigo, Señora y niña nuestra, una patria que sume hogar, templo y escuela, un pan que alcance a todos y una fe que se encienda por tus manos unidas y por tus ojos de estrella. Amén.



viernes, 9 de diciembre de 2016

- Guadalupe, Ventana al Cielo

La tilma de san Juan Diego es la Ventana al Cielo, pues en ella está plasmada la prodigiosa imagen de la bellísima Santa María de Guadalupe. Y en ella observamos como la Virgen de Guadalupe está rodeada del cosmos, las estrellas, la luna, el sol, la tierra, las nubes, un ángel con alas de águila y los colores de las cuatro dimensiones y direcciones del universo.
  Quien ve la imagen de la Virgen de Guadalupe plasmada en la humilde tilma de san Juan Diego se encontrará con el retrato de una doncella de Nazaret que está “encinta”, embarazada; por lo tanto, en el centro de su imagen está Él, Jesucristo nuestro Señor, es la Encarnación del Verbo y, al mismo tiempo, en la fiesta de Panquetzaliztli, fiesta que fue descrita por el misionero del siglo XVI, como la “Pascua principal” indígena. Ahora se comprenderá, cómo de manera completa y perfecta la Virgen de Guadalupe es la primera misionera del amor misericordioso de Dios, pues Jesucristo se ofrece, por medio de ella, como la Pascua Florida, Jesucristo, aquel que ha vencido a las tinieblas y ha vencido a la muerte.
  Esto es una proclamación maravillosa de lo que la Virgen María expresa en el Evangelio: “Hagan lo que Él les diga”, y obviamente nos lleva al centro de todo altar lo verdadero, la Eucaristía. Ella es mujer eucarística, que nos dirige a Él: único y eterno sacrificio. Él que es sacerdote, víctima y altar.
  Con razón es la Virgen de Guadalupe es la primera misionera maravillosa del Amor Misericordioso de Dios, especialmente cuando ella le dijo “sí” a la voluntad de Dios, “sí” al amor, “sí” a la maternidad, “sí” a la misericordia divina. Por eso, Ella nos enseña a decirle “sí” al Señor, especialmente con la vida misma. Y más ahora que tanto necesita el ser humano, que está muy desconcertado, que está muerto de miedo por las diferencias, por las envidias, por los celos, por el egoísmo, por la soberbia, y que varios hermanos nuestros parece que todavía no entienden que es sólo en la abrazo de aceptación del otro como hermano que encontraremos nuestra razón de ser y existir.
  En este mes de diciembre, el día 12, se cumplen 485 años de que Dios le mostró a todo ser humano, de una manera muy especial, su amor; se cumplirán 485 años de la irrupción de Dios en este mundo y en esta historia, por medio de Santa María de Guadalupe, quien lleva a Jesús en su inmaculado vientre.


miércoles, 26 de octubre de 2016

- Maria en Guadalupe evangeliza

Los indígenas creían que había que ofrecer corazones y sangre a los “dioses” para que el universo pudiera continuar con vida, pero Santa María de Guadalupe les enseña que no son ni su sangre, ni sus corazones lo que sustenta a esos ídolos, sino que es su Hijo, quien se entrega en la cruz en un verdadero sacrificio pleno y total, sólo por amor; que es su Hijo amado, Jesucristo, el único y eterno sacrificio que nos alimenta con su sangre, su corazón y su carne. Esto es la Eucaristía. Ella es la mujer Eucarística, Tabernáculo Inmaculado donde está Jesús, el Amor. Dios se entrega de una manera muy especial en la Eucaristía, sacramento central de esta “casita sagrada”, de este templo.
 María quería su “casita sagrada” en ese lugar del Tepeyac, pero “en el llano del Tepeyac”, que de alguna manera significa la “raíz” del cerro, es decir, en lo que para los indígenas era lo que estaba bien sustentado, lo verdadero, lo perenne, lo que estaba bien fundamentado. Además, el hecho de pedirlo “en el llano” también significaba la apertura universal y así facilitar el encuentro con todo ser humano.
 Como todo Acontecimiento Salvífico, el Guadalupano, si bien se verifica en un momento histórico, del 9 al 12 de diciembre de 1531, y en un lugar determinado: en el cerro del Tepeyac; trasciende fronteras, culturas, pueblos, costumbres, etc.; llega hasta lo más profundo de todo ser humano; además, toma en cuenta la participación precisamente de este ser humano, concreto e histórico, con sus defectos y virtudes, para que con su intervención fuera más allá de lo que la humana naturaleza permitiría.
 Una de las más claras manifestaciones de que en realidad se trata de un Acontecimiento Salvífico es la conversión del corazón, es el mover, en un verdadero arrepentimiento, al ser humano desde lo más profundo de ese corazón, del alma, del espíritu y de la razón, como fruto de este encuentro con Dios, quien siempre toma la iniciativa, haciendo realidad una vida plena y total, dándole todo su sentido al amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo.
 La Virgen de Guadalupe nos conduce siempre a Él, a su Hijo Jesucristo, Ella es la “Estrella de la primera y de la nueva evangelización” haciendo de nosotros una verdadera familia, preocupándonos y ocupándonos los unos de los otros como verdaderos hermanos. Por ello, en la V Conferencia del Episcopado Latino Americano y del Caribe, en Aparecida, Brasil, los obispos afirmaron: “María, Madre de Jesucristo y de sus discípulos, ha estado muy cerca de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado nuestras per­sonas y trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección. Le hemos pedido, como Madre, perfecta discípula y pedagoga de la evangelización, que nos enseñe a ser hijos en su Hijo y a hacer lo que Él nos diga (Jn 2, 5).”
 Lo que tanto desea Ella es una “casita sagrada”, un templo, familia de Dios, en cuyo centro está Jesucristo-Eucaristía. La humilde sierva de Dios le pide a san Juan Diego que vaya ante el obispo para que apruebe la edificación de esta “casita sagrada”. La Madre del Dueño del cielo y de la tierra se somete a la aprobación del obispo de la Iglesia instituida por su Hijo, su Amor-Persona, Jesús.
 Por medio de Santa María de Guadalupe, Jesucristo es quien purifica todo y les da la plenitud en Él, el Hijo de Dios verdadero, Él, que es la respuesta de lo que tanto anhelaban los indígenas y de todos los seres humanos de todos los tiempos; presentándose como el Camino, la Verdad y la Vida, el máximo y pleno Sacrificio en la cruz, en su muerte y en su Resurrección. Él es la verdadera Pascua Florida, que tiene como lugar la “casita sagrada”. Jesús es le verdadero Templo que la Virgen de Guadalupe tanto deseaba y que podemos ubicarlo, trascendentalmente, en lo más profundo de nuestro corazón, en lo sagrado de la vida de todo ser humano, Templo del Espíritu Santo.
 El Santuario de Guadalupe es un lugar histórico, pero que se vuelve tierra santa con la presencia de la Madre de Dios quien con su fiat, Dios se encarna y habita en medio de nosotros; un lugar bendito, meta de tantas peregrinaciones y tantos corazones y, al mismo tiempo, lugar de arranque para proclamar al mundo entero la verdadera misericordia, como Ella dice: “Él, que es mi mirada misericordiosa”. Un templo que nos lleva a edificar el templo del Espíritu Santo que late dentro de nosotros.

martes, 25 de octubre de 2016

- La Virgen en Guadalupe, un modelo de inculturación

SANTA MARÍA DE GUADALUPE ES LA INCULTURACIÓN DEL AMOR Y LA MISERICORDIA DE DIOS
La Evangelización de la Iglesia es un proceso de construcción, de consolidación y de fortalecimiento de las diversas culturas y sus valores.
Y esta inculturación, esta maravillosa adaptación del Evangelio, ocurrió cuando menos podía esperarse y más se necesitaba, cuando nuestra patria mestiza se debatía en atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en aborto, como aconteció en otras partes, donde la población indígena quedó exterminada, pues no se veía posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos; cuando indios y españoles se veían con miedo, recelo y rencor, deformada su perspectiva por una total incomprensión mutua, ya que las culturas de ambos eran humanamente incompatibles.
Los españoles estaban convencidos que se enfrentaban con Satanás en persona, de modo que toda tolerancia equivaldría a una clara traición a Dios, y los indios estaban convencidos que su ineludible deber era ser fieles a su raíz, a lo que siempre habían sido.
Pero, Dios, a través de su Madre Santísima, supo resolver ese insoluble problema, sin desautorizar a los misioneros, sin reprobar los valores indios, sin cambiar a ninguno de los protagonistas ni a sus conflictivas circunstancias.
La Virgen de Guadalupe, Madre del verdaderísimo Dios por quien se vive, supo confirmar la predicación de sus enviados inculturando su mensaje centralizado en Jesucristo que se encarna: Él es la víctima, sacerdote y altar, es el único y eterno sacrificio, es la Eucaristía, es la Pascua florida, es Dios verdadero y Hombre verdadero, quien da su vida para que nosotros tengamos vida en abundancia, Él es la Resurrección y la vida. Ella está aquí en esta su “casita sagrada” para entregarles al Dios verdadero, por quien se vive, a Aquel que es nuestra paz.
Y con esto no sólo Ella obtuvo la conversión entusiasta, masiva e instantánea de los indígenas, sino también de los mismos españoles; y logró que naciera este pueblo nuevo, hijo y heredero de ambos: el pueblo mestizo que somos hoy: México; y actualmente se siguen integrando otras tantas razas, culturas, lenguas, tradiciones, etc. bajo la unidad del amor.
Santa María de Guadalupe es la mujer que nos quita todo miedo y temor, no sólo ante la muerte sino ante la misma vida. Nuestra Madre nos ayuda a enfrentar todo, como Ella misma lo hizo llena del amor misericordioso de Dios. Es verdad, todos estamos tomados de su mano maternal, estamos en el hueco de su manto lleno de estrellas y en el cruce de sus brazos,
Ella nos conduce con seguridad y alegría hacia su Hijo, para ser alimentados de la misma carne y sangre de Jesús: la Eucaristía y es aquí en donde se nos enseña a ser hermanos y construir y formar juntos esta civilización del amor.
Dr. Eduardo Chávez Sánchez, Basílica de Guadalupe, 2016


sábado, 18 de junio de 2016

- Aquí estamos, dejándonos ver por Maria

El Cardenal Robles Ortega, Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, expresó que la Visita Pastoral del Papa Francisco a México fue como un peregrino de misericordia y paz. Recordó que el silencio es uno de los signos que destacó el Santo Padre para fomentar la relación con Dios Padre y con la Santísima Virgen. Si estamos en silencio en la presencia de María, escucharemos qué quiere y qué espera de nosotros, sus hijos. Ella como Madre, intuye el corazón de sus hijos y sabe de sus angustias y preocupaciones, pero, “hay que darle espacio para que nos hable”, afirmó.
El Cardenal se refirió a otra enseñanza del Papa Francisco, durante su estancia en esta Casita Sagrada: “Dejarnos mirar por María”. Cuando nos dejemos mirar por Ella, señaló, experimentaremos cuán tierno y grande es su amor de Madre amorosa y misericordiosa, y la consecuencia será que miremos a los demás con los ojos de la Virgen, es decir, con amor, ternura, misericordia y así sabremos perdonar, consolar, compartir, aliviar las necesidades de los demás; aprenderemos a reconciliarnos para vivir siempre en paz, buscando el bien y el progreso de todos porque somos hermanos, familia de Dios en Cristo Jesús.
Destacó que el silencio de la oración y dejar que María nos mire y mirar a los demás con sus ojos, produce en nuestra Iglesia, en nuestra sociedad y en México, “un ámbito -el Papa lo llama un regazo- que necesitamos para sentirnos en paz, seguros y aliviados”. En ese sentido exhortó a las diócesis de la Iglesia de México, y en especial a la de Guadalajara, a que a través de sus parroquias “sean un regazo donde quepan todos, con la misma libertad, la misma satisfacción de saberse amados por Dios Padre y por la Santísima Virgen de Guadalupe”.

*La Arquidiócesis de Puebla realizó su 129 Peregrinación a la Basílica de Santa María de Guadalupe, donde el Obispo, Mons. Víctor Sánchez expresó que con el corazón rebosante de emoción, peregrinamos a la Casita del Tepeyac, para encontrarse con la Madre del Amor, y escuchar como el indio San Juan Diego, palabras de consuelo, fortaleza, compromiso y esperanza en pleno Año de la Misericordia. Recordó que la visita del Papa Francisco a este Recinto Sagrado fue de misionero de misericordia, paz y para confirmar la fe, alentar la esperanza e impulsar la caridad de modo que seamos “misericordiosos como el Padre”. Comentó que el Santo Padre, hizo notar que la Virgen es la mujer del sí, “un sí de entrega a Dios y un sí de entrega a sus hermanos”.
Agregó que en el siglo XVI la Virgen se encaminó presurosa al Tepeyac en la gestación de esta bendita tierra mexicana, y de esa misma manera se hizo presente al pequeño Juanito y a todos nosotros hoy especialmente a los que se sienten que no valen nada.
Expresó que el Papa nos dijo que somos enviados a construir nuevos santuarios, acompañar tantas vidas de la comunidad; sus palabras nos iluminan y animan a confiar en Dios y en Santa María para levantar la vida de Puebla, México y el mundo entero.
Destacó que éste es el espíritu que ha animado a las Asambleas Diocesanas de Pastoral y de Sínodo Diocesano, cuyas conclusiones y propósitos depositó en las manos maternales de la Guadalupana para que los presente a su Hijo Nuestro Señor Jesucristo.

*La enseñanza de “dejarse ver por María”, como lo hiciera el Papa Francisco en su pasada visita, a la luz de su mensaje consolador a San Juan Diego: “Es nada lo que te asusta y aflige, ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre?”, fue la reflexión de los peregrinos que arribaron desde Durango en su peregrinación anual.
El Obispo Mons. Juan María Huerta, señaló que al venir aquí al santuario, están dejándose ver por María, como el Papa Francisco que pidió un espacio para simplemente estar frente a la Imagen bendita de Santa María de Guadalupe. Y cuando se le preguntó cómo hace oración, sólo contestó: “Yo me dejo ver”.
Explicó que el hecho de que Dios nos esté viendo, que María nos esté viendo, es un privilegio grandísimo. En este sentido dijo que los discípulos de Emaús tenían los ojos velados, porque no logran descubrir el significado de lo que sucedió en Jerusalén, en la muerte del Mesías. Pero una vez que se dejan llevar por el peregrino –que era Jesús--camino a Emaús, van intuyendo en su corazón la Palabra, dejan ver sus sentimientos a Jesús y Jesús hacia ellos, y una vez que lo sientan a la mesa, se les abren los ojos cuando parte el pan.

Exhortó a dejarse ver por María y permitir el reclamo amoroso: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?”, porque esas palabras conmovedoras están ubicadas en un contexto de dolor, cuando Juan Diego “le saca la vuelta” a la Virgen y le dice que su tío se está muriendo. Y así como entonces, aquí también podemos dejar que escuche nuestro corazón y diga una vez más: “Es poco lo que te aflige, ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?”. Enseguida Mons. Huerta invitó a la asamblea a guardar silencio para dejar salir los sentimientos propios y es­cuchar las palabras de María.

martes, 24 de mayo de 2016

- Ella nos mira y nos habla al corazón

El Obispo mexicano comentó el evangelio de la Visitación de Maria a su prima Isabel indicando que ello nos lleva a contemplar el “encuentro maternal de Santa María de Guadalupe con el indio Juan Diego y con las culturas precolombinas, al inicio de la gestación de los nuevos pueblos en México y en el continente Americano”. En este encuentro “Dios despertó la esperanza de Juan Diego, la esperanza de un Pueblo”.
Y exhortó a dejarse asombrar una vez más por las palabras de Santa María de Guadalupe: “no estamos solos, con nosotros está la Madre de Dios Altísimo…Tanta ha sido la misericordia del Padre que nos acerca a Él, en María, la Madre de su Hijo” y aquí en la Basílica de Guadalupe esto “se percibe, se vive y se comparte”.
 Añadió que el Papa Francisco nos pide que a Ella la contemplemos serenamente, que le miremos a los ojos, y que escuchemos lo que Ella nos dice una y otras vez: “¿Qué hay hijo mío?, ¿Qué entristece tu corazón? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo?”…
Y recordó las palabras de la Virgen que dirige a cada uno: “Porque yo soy la madre compasiva de todos los que a mi clamen, los que me busquen, los que me honren confiando en mi intercesión”
Agregó que llegaron todos para reconocerla, sentirla y volverla a llamar como ella misma se ha mostrado: “La Madre del Verdadero Dios por quien se vive”, la Madre nuestra a quien con este cariño y amor nosotros también la veneramos. Y le pidió que se siga mostrando como verdadera madre, que siga derramando todo su amor y compasión: “nosotros sabemos que la necesitamos, que vivimos momentos difíciles y sólo una palabra venida de Ella nos ayudará a mitigar el dolor y nos dará más confianza y esperanza para seguir adelante. Nunca nos ha dejado de su mano, nunca nos dejará…”

Oró el Obispo a Santa María de Guadalupe para que “en nuestros corazones abunde el calor de la fraternidad, del perdón y de la reconciliación, para superar toda confrontación que lleve a la descalificación, a la ofensa, al rencor y a la venganza”. También pidió auxilio a la Virgen para que nos ayude a hacer de cada hogar una escuela de aprendizaje en el perdón y la reconciliación, y donde se viva la paz y el afecto… que aprendamos a convivir en el respeto mutuo y en encuentro propositivo”

miércoles, 2 de marzo de 2016

- Guadalupe, principio de una nueva civilización

..."Desde que la Virgen de Guadalupe visitó por primera vez nuestros pueblos hace tanto tiempo, nuestra Santa Madre vino como la Madre de la Misericordia y nos trajo el don de la fe, el don de Jesús, el don de conocer la cercanía de Dios y su deseo de compartir nuestra humanidad.
El Papa dijo que la visita de la Virgen de Guadalupe fue el principio de una nueva civilización en las tierras de América; de una nueva civilización cristiana, nacida del encuentro entre las culturas española e indígena.
Y mientras hablaba de los sufrimientos de las personas del continente americano, el Papa Francisco llamó a los asistentes -y nos llamó también a todos nosotros- a usar nuestros dones para continuar la misión de Nuestra Señora de Guadalupe.
La Virgen le dio a San Juan Diego la misión de construir un “santuario para Dios”. Esa es nuestra misión también. Y es una misión continental. Estamos llamados a hacer de nuestro país y de todos los países del continente americano, un “santuario para Dios”.
Construimos este “santuario” a través de nuestras obras de misericordia y de nuestros actos de amor. Lo construimos al caminar junto con nuestros hermanos y hermanas, llevando la luz del amor de Dios, de forma que resplandezca en nuestros hogares y vecindarios, en nuestras parroquias y escuelas, en pocas palabras, en todos los ámbitos de nuestra sociedad y de nuestra cultura.
De modo que pensemos más acerca de cómo podemos ir en busca de los que se sienten solos y de los heridos, de los hambrientos y de los que no tienen un techo. Vayamos en busca de los que están olvidados y despreciados por nuestra sociedad: del prisionero del refugiado y del inmigrante.
Y sigamos orando unos por otros. Oremos de este modo: Que nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, abra nuestros corazones al amor de Dios y nos ayude a amar como Jesús ama y a ser misericordiosos con los demás como Él es misericordioso con nosotros.
 Mons. José H. Gómez, Arzobispo de Los Angeles, USA



viernes, 26 de febrero de 2016

- El Papa habla de la Virgen a los Obispos

Queridos Hermanos: Estoy contento de poder encontrarlos al día siguiente de mi llegada a este amado País al cual, siguiendo los pasos de mis Predecesores, también yo he venido a visitar. No podía dejar de venir ¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?. Les agradezco que me reciban en esta Catedral, «casita» prolongada pero siempre «sagrada», que pidió la Virgen de Guadalupe, y por las amables palabras de acogida que me han dirigido.
Porque sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse. Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.
Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.
Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.
Una mirada de ternura
Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.
Un inquieto y notable literato de esta tierra dijo que en Guadalupe ya no se pide la abundancia de las cosechas o la fertilidad de la tierra, sino que se busca un regazo en el cual los hombres, siempre huérfanos y desheredados, están en la búsqueda de un resguardo, de un hogar.
Transcurridos siglos del evento fundante de este País y de la evangelización del Continente, ¿acaso se ha diluido, se ha olvidado, la necesidad de regazo que anhela el corazón del pueblo que se les ha confiado a ustedes? Guadalupe nos enseña que Dios es familiar en su rostro, que la proximidad y la condescendencia -agacharse, acercarse- pueden más que la fuerza, que cualquier tipo de fuerza. …..
…Como enseña la bella tradición guadalupana, la «Morenita» custodia las miradas de aquellos que la contemplan, refleja el rostro de aquellos que la encuentran. Es necesario aprender que hay algo de irrepetible en cada uno de aquellos que nos miran en la búsqueda de Dios. Toca a nosotros no volvernos impermeables a tales miradas. Custodiar en nosotros a cada uno de ellos, conservarlos en el corazón, resguardarlos.
Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones. Con razón mi venerado y santo Predecesor, dijo, que en México estaba como en su casa y ha querido recordar que: «Como ríos a veces ocultos y siempre caudalosos, tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas que amaron Juan de Zumárraga y Vasco de Quiroga, a quienes muchos de estos pueblos siguen llamando padres; el cristianismo arraigado en el alma de los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad» (JUAN PABLO II, Discurso en la ceremonia de bienvenida en México, 22 enero 1999).
Y en esta historia, el regazo materno que continuamente ha generado a México, aunque a veces pareciera una «red que recogía ciento cincuenta y tres peces» (Jn 21,11), no se demostró jamás infecundo, y las amenazantes fracturas se recompusieron siempre.
Por eso, les invito a partir nuevamente de esta necesidad de regazo que proclama el alma de vuestro pueblo. El regazo de la fe cristiana es capaz de reconciliar el pasado, frecuentemente marcado por la soledad, el aislamiento y la marginación, con el futuro continuamente relegado a un mañana que se escabulle. Sólo en aquel regazo se puede, sin renunciar a la propia identidad, «descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en la cual todos están llamados a ser hijos de Dios» (Homilía en la Canonización de San Juan Diego).
Reclínense pues, con delicadeza y respeto, sobre el alma profunda de su gente, desciendan con atención y descifren su misterioso rostro. El presente, frecuentemente disuelto en dispersión y fiesta, ¿acaso no es también propedéutico a Dios que es sólo y pleno presente? ¿La familiaridad con el dolor y la muerte no son formas de coraje y caminos hacia la esperanza? La percepción de que el mundo sea siempre y solamente para redimir, ¿no es el antídoto a la autosuficiencia prepotente de cuantos creen poder prescindir de Dios?
. Una mirada de conjunto y de unidad
Sólo mirando a la «Morenita», México se comprende por completo. Por tanto, les invito a comprender que la misión que la Iglesia les confía, y siempre les confió, requiere esta mirada que abarque la totalidad. Y esto no puede realizarse aisladamente, sino sólo en comunión.
La Guadalupana está ceñida de una cintura que anuncia su fecundidad. Es la Virgen que lleva ya en el vientre el Hijo esperado por los hombres. Es la Madre que ya gesta la humanidad del nuevo mundo naciente. Es la Esposa que prefigura la maternidad fecunda de la Iglesia de Cristo. Ustedes tienen la misión de ceñir toda la Nación mexicana con la fecundidad de Dios. Ningún pedazo de esta cinta puede ser despreciado.

…. Queridos hermanos, el Papa está seguro de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será jamás bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quien continuamente puede sentir resonar en el propio corazón «no estoy aquí, Yo, que soy tu Madre»?

lunes, 22 de febrero de 2016

- El Papa explica Guadalupe en México y en Roma

En la Misa celebrada en la Basílica de Guadalupe:
..."Escuchar este pasaje evangélico (la Visitación de María a Isabel) en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio san Juan Diego. Así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba así mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, sometido a cargo ajeno» (ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de su Pueblo.
En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos. En ese amanecer, Juanito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.
Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas.
Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: «¿Qué puedo aportar si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.
Por eso nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho…
Y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?» (Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).
Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, perdona al que te lastimó, consuela al que esta triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.
¿Acaso no soy tu madre? ¿Acaso no estoy aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, tus hermanos."

En su despedida de México:
"..Que María, la Madre de Guadalupe, siga visitándolos, siga caminando por estas tierras. México no se entiende sin ella, que siga ayudándolos a ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación."

En el avión de regreso de México:
.."Un pueblo que aún tiene esta vitalidad solamente se explica por Guadalupe, y yo les invito a estudiar seriamente el hecho de Guadalupe. La Virgen está ahí. Yo no encuentro otra explicación, y sería lindo que ustedes como periodistas… hay algunos libros buenos que explican muy bien el cuadro, cómo es, lo que significa y así se podrá comprender un poco a este pueblo tan grande y tan bello."

En Roma, en el Angelus posterior a su regreso de México:
..."El viaje apostólico que cumplí hace unos días a México fue una experiencia de transfiguración.
¿Por qué? Porque el Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en aquella tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. En efecto, los diversos encuentros vividos en México han sido encuentros llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino.
El “baricentro” espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era aquello que me propuse ante todo. Y agradezco a Dios que me lo haya concedido. He contemplado, y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos, y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en perjuicio de tanta gente pobre, de tantas mujeres. Guadalupe es el Santuario mariano más visitado del mundo. De toda América van a rezar allí donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando comienzo a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.
Y esta es precisamente la herencia que el Señor ha entregado a México: custodiar la riqueza de las diversidades y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe inquieta y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad. Como mis Predecesores, también yo he ido a confirmar la fe del pueblo mexicano, pero al mismo tiempo a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que sea en beneficio de la Iglesia universal.
Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo es dado por las familias: las familias mexicanas me han acogido con alegría como mensajero de Cristo, Pastor de la Iglesia; pero a su vez me han donado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para la edificación de todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir de los jóvenes, de los consagrados, de los sacerdotes, de los trabajadores, de los encarcelados."


sábado, 13 de febrero de 2016

- El Papa reza ante la Virgen

El Papa Francisco pidió poder estar a solas rezando ante la sagrada imagen de la Virgen de Guadalupe en el pequeño cuarto donde se protege y custodia la tilma con la Imagen de Santa Maria de Guadalupe. Vean estas dos fotos del dia 13 febrero 2016:

Tanto para el Papa Francisco como para muchos, es la primera vez que vemos la santa imagen de la Virgen de Guadalupe tan de cerca y sin el marco y cristal protector que luce en lo alto de su Basílica.


jueves, 4 de febrero de 2016

- Capilla de Indios, casita de Juan Diego

Capilla de Indios: Esta ermita es el edificio más antiguo que se conserva en todo el recinto de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. 


Se le llama Capilla de los indios pues se asegura que por órdenes de fray Juan de Zumarraga, era el sitio donde los indígenas que ya aceptaban la fe católica podían visitar a la Virgen y que este fue uno de los lugares que Juan Diego señaló como uno de las apariciones de la Virgen a su persona.



 Se cuenta que aquí mismo del año 1531 hasta su muerte en 1548, vivió en este lugar Juan Diego encargado de cuidar el primer templo. 

El nombre se debe a que originalmente esta capilla fue edificada para el culto de la población indígena a la Virgen de Guadalupe.

En el interior de la “Capilla de indios” se sube al altar y a la derecha, se ve la zona arqueológica: Se conservan debajo de la misma los cimientos de los dos primeros templos dedicados a la Virgen que mandó construir fray Juan de Zumarraga en el lugar indicado por san Juan Diego, días después de la por él declarada aparición de la Virgen de Guadalupe.

Excavaciones recientes han sacado a la luz los restos de un santuario mucho más antiguos de los actuales templos guadalupanos, situado en el costado derecho del templo actualmente conocido como "parroquia de indios". 

Una tradición constante coloca en este lugar la casa de Juan Diego, custodio del santuario. Como se acostumbraba entonces, los cristianos era sepultados en las iglesias o cerca de ellas, por lo cual es probable que Juan Diego haya sido sepultado en dicho lugar, donde se encuentran otras sepulturas de la época virreinal.

 Evidentemente éste no es el único códice donde se habla de la muerte de Juan Diego ya que se complementa con la convergencia de otros códices, como por ejemplo el "Códice de la Universidad" o "Códice de Bartolache".

Obtenido el permiso del obispo, dejó todo y se retiró a la ermita de Guadalupe para servir a la Virgen, cuidando de su casita; barrer el templo dedicado a alguna divinidad, cuidar del sahumerio y del copal era un modo como los indígenas mostraban su devoción. Además lo consideraban como un privilegio o una gloria ambicionada, sobre todo si ya no podían participar en las "guerras floridas". Cfr. MENDIETA, Fray Jerónimo de, Historia Eclesiástica Indiana, (finales del siglo XVI), Porrúa, 2ª. Edición Facsimilar, México 1971, p. 429. 

Esta comunión diaria con los intereses de la Santísima Virgen desembocó en una vida según el Espíritu de Jesucristo: A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de poder comulgar tres veces por semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y buscaba la soledad para poder entregarse a solas a la oración cfr. IXTLILXOCHITL, o.c. p.305)
Dentro del complejo de la Basílica de Guadalupe se localizan un conjunto de iglesias y capillas que guardan gran parte de la historia del pueblo mexicano y su fe a esta imagen. 

Una de esas iglesias es la Capilla de los Indios. Conocida también como la Antigua Parroquia de Indios, se construyó en 1649 por Luis Lasso de la Vega, vicario de Guadalupe, famoso por ser quien, por primera vez, diera a las imprentas el Nican Mopohua, la narración náhuatl de las apariciones de la Virgen de Guadalupe escrita por Antonio Valeriano y cuenta la leyenda que albergó la imagen de la virgen de 1695 hasta 1709, antes de que se trasladara a la Antigua Basílica, también dentro del complejo.
JUAN DIEGO

Juan Diego era un indio sencillo que se mantenía del cultivo de la tierra. Nació en 1474 en Cuautitlán. Contrajo matrimonio en Santa Cruz el Alto (Tlacpan) con la joven Malitzin, quien, al bautizarse, tomo el nombre de María Lucía.
En 1528 Juan Diego entró en contacto con los misioneros franciscanos y solicitó el bautismo. Cuando contaba con 57 años, comenzó a ser conocido por los hechos de las apariciones, habiendo ya muerto su esposa. Al final de su vida, todos lo tenían por santo. El padre jesuita Francisco de Florencia, nacido en Florida en 1619, dice en su libro: “La estrella del Norte de México”, que los religiosos le habían dado permiso para comulgar tres veces por semana, algo insólito en aquellos tiempos en que hasta los religiosos y religiosas no sacerdotes, normalmente, sólo comulgaban una vez por semana.
Uno de los escritos más interesantes y complementarios de la vida de Juan Diego es el Nican Motecpana donde se dice: “Estando ya en su santa casa la Purísima y Celestial Señora de Guadalupe, son incontables los milagros que ha hecho para beneficiar a estos naturales y a los españoles y en suma a todas las gentes que la han invocado. A Juan Diego, por haberse entregado enteramente a su ama, la Señora del cielo, le afligía mucho que estuviera tan distante su casa y pueblo, para servirle diariamente y hacerle el barrido. Por lo cual, suplicó al señor obispo poder estar en cualquier parte que fuera junto a las paredes del templo y servirle; el prelado accedió a su petición y le dio una casita junto al templo de la Señora del cielo, porque le quería mucho el señor obispo. Inmediatamente, se cambió y abandonó su pueblo, dejando su casa y su tierra a su tío Juan Bernardino. A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo, se postraba delante de la Señora del cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba, comulgaba y ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y se escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y estar invocando a la Señora del cielo”. “Era viudo: dos años antes de que se le apareciera la Inmaculada murió su mujer que se llamaba María Lucía. Ambos vivieron castamente, porque oyeron cierta vez la predicación de fray Toribio Motolinía, uno de los doce frailes de san Francisco que había llegado poco antes, sobre que la castidad era muy grata a Dios y a su Santísima Madre… En el año 1544 hizo estación la peste y le dio a Juan Bernardino. Cuando se puso grave, vio en sueños a la Señora del cielo, quien le dijo que ya era hora de partir, que se consolara y no se turbase su corazón, porque ella lo defendería en el trance de la muerte y lo llevaría a su palacio celestial. Murió el 15 de mayo del año que se ha dicho y fue traído al Tepeyac para ser sepultado dentro del templo de la Señora del cielo, lo que así se hizo de orden del obispo. Tenía 86 años cuando murió.
Después de 16 años de servir allí Juan Diego a la Señora del cielo, murió el año 1548. A su tiempo le consoló mucho la Señora del cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuera a conseguir y a gozar en el cielo cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo. Andaba en los 74 años, cuando murió. La Purísima, con su precioso Hijo, llevó su alma a donde disfruta de la gloria celestial”.

Con motivo de la Canonización de Juan Diego, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, escribió:
…”O como decía también el indio Martín de san Luis: "Que siendo de diez a doce años en muchas y diversas ocasiones le dijo Diego de Torres Bullón (...) cómo había conocido, tratado y comunicado al dicho Juan Diego indio, porque como lleva referido era natural de este dicho Pueblo del dicho Barrio de Tlayácac, y que era un hombre (cuando se le apareció la Reina del cielo y Madre de Dios de Guadalupe) de cincuenta y seis a cincuenta y ocho años, hombre de madura edad, temerosos de Dios, y de su conciencia, y de santas costumbres, sin que diese nota de su persona, muy amigo de ir a las iglesias, y acudir a la doctrina, y divinos oficios, causando mucho ejemplo a todos los que le conocían, trataban y comunicaban", "Testimonio de Martín de San Luis", en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 46r-46v. "Testimonio de Gabriel Xuárez", en Informaciones Jurídicas de 1666, ff. 21v-22r..116.
Su vida espiritual se proyectaba en el servicio a la comunidad: era buscado como intercesor ante la Santísima Virgen, para que les diese buenos temporales en sus siembras. "Testimonio de Gabriel Xuárez", en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, Ramo Histórico, ff. 21v-22r. "Testimonio de Andrés Juan", Idem., f. 28v., ya que estaban ciertos de "que cuanto pedía y rogaba a la Señora del cielo, todo se le concedía" IXTLILXOCHITL, Fernando de Alva, Nican Motecpana, p. 305. También: ESCALADA, Xavier, SJ, Ed. Enciclopedia Guadalupana, México 1997, t. V.. Aprovechaba, además, su permanencia junto a la casita de la Virgen para evangelizar a quienes allí acudían.

117. De esta forma, el testimonio de una vida íntegra alcanzada por Juan Diego, bajo la acción de la gracia divina, provocó una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con él. Marcos Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, informantes de Cuauhtitlán, que declararon en el proceso de 1666, nos ofrece una síntesis al respecto: "Era un indio que vivía honesta y recogidamente, que era muy buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este testigo la dicha de su tía: 'Dios os haga como Juan Diego y su tío', porque los tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos", concepto en que concuerdan los otros seis testigos. Los nombres de los otros seis testigos, además de Marcos Pacheco, son: Gabriel Xuárez, Andrés Juan, doña Juana de la Concepción, don Pablo Xuárez, don Martín de san Luis, don Juan Xuárez y Catarina Mónica, en: SADA Lambretón, Ana María, Las Informaciones Jurídicas de 1666 y el beato Juan Diego, Ed., Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, México 1991, p. 105.; otro testimonio es el de Andrés Juan, quien se refería a Juan Diego llamándolo "varón santo" "Testimonio de Andrés Juan", en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v. y "varón santísimo" "Testimonio de Martín de san Luis", en Informaciones Jurídicas de 1666, f. 46v
118. Efectivamente, Juan Diego era tenido por el pueblo como "un indio bueno y cristiano", o como "un varón santo". Ambos títulos eran más que suficientes para expresar la buena fama de que gozaba, lo cual se ve reafirmado por el hecho de que lo propusieran como ejemplo para los demás y de que se acercaran a él para que intercediera por necesidades personales y del pueblo. Así pues, Juan Diego no sólo intercedió a favor del sostenimiento de la vida, sino que también a través de su testimonio motivó que hubiera un punto de referencia familiar. El Nican Motecpana exclama sobre la vida ejemplar del beato: "¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!" IXTLILXOCHITL, o. c., p. 305.
119. En Juan Diego se hace realidad la tradición oral de nuestros pueblos indígenas, que se ha mantenido desde tiempo inmemorial hasta el día de hoy. Una de estas tradiciones que actualmente se comunica de padres a hijos, de abuelos a nietos, proclama: "Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a donde llega la manzana del Volador: una Mujer con gran importancia, más que los mismos Emperadores, que, a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador de vida, y pisa la Luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las Estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar. Es importante esta Mujer, porque se para frente al Sol, pisa la Luna y se viste con las Estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo de respeto. Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera
armonía en la vida. Esta Mujer dice que, sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos, para que Ella los presente al verdadero Dios" "Tradición oral de San Miguel Zozocolco, Veracruz", recogida por el P. Ismael Casas en 1995, en Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego..
120. Una personalidad como la de Juan Diego, vivida en fidelidad a la voluntad divina y al servicio de los hermanos se convierte, para cualquier bautizado, en un modelo que llama a la conciencia y nos anima a confrontar nuestro estilo de vida con el Evangelio de Jesucristo, y a integrarnos con los demás miembros del pueblo de Dios para seguir colaborando en la misión a favor de esta ciudad de México. Contemplación, oración, práctica sacramental, ayuno y penitencia, misión, son parte de la personalidad espiritual del agente laico evangelizador.
146. Vivimos en la actualidad una etapa difícil de nuestra historia: sufrimientos por la crisis internacional, fuerte carencia de valores humanos y espirituales, angustia existencial de los jóvenes que no encuentran su identidad ni su misión en el mundo, hedonismo y odio que corrompen el corazón humano, tanta pobreza e injusticia social que golpean la dignidad de hermanas y hermanos, todos aquellos que se han alejado del verdadero Dios, tanto desperdicio de riquezas y cualidades culturales, personales y sociales, en fin, tantos miedos para vivir, para compartir, para amar de verdad.
147. Necesitamos la participación de todos para hacer realidad la construcción del "templo" que pidió Santa María de Guadalupe, a saber, el templo de nuestra ciudad, de nuestra nación y de otras naciones. Se trata de alcanzar una identidad que parta de nuestras conciencias, se construya en medio de nuestras familias, para que desde ahí sea proclamado el mensaje de nueva vida en Dios, que Nuestra Señora de Guadalupe ha hecho florecer para el mundo entero.
148. Querido Juan Diego, muéstranos dónde quiere la Reina del Cielo, nuestra amada Niña, nuestra Madre, nuestra Señora de Guadalupe que le edifiquemos su templo; en qué corazón, en qué alma, en qué espíritu debemos construir la fe, esperanza y amor. Dinos dónde recogiste estas hermosas flores llenas de rocío matinal, dónde estaban arraigadas, quién las hizo crecer para nosotros, quién las acarició y las acomodó en tu tilma. Queremos ser esas nuevas rosas que florezcan en nuestro valle a veces tan frío, tan árido de civilidad. Queremos seguir dibujando con el pincel del Espíritu de Dios el rostro mestizo y moreno de cada habitante de esta ciudad, rostro donde resida y crezca el amor. Dinos, querido Juan Diego, indio diligente y obediente, indio noble y paciente, indio fiel y verdadero, dónde debemos ir, por cuál sendero debemos caminar, para llevar a este pueblo delante de santa María de Guadalupe, para que sean escuchados sus ruegos, sus tristezas, sus llantos, para que sean acariciados por esas manos cobijadoras de Madre. Condúcenos, amado Juan Diego, ante la Muchachita Morena del Tepeyac, nuestra Madre amorosa y compasiva, pues creemos en el mensaje del que fuiste testigo y nos has transmitido como fiel misionero de Dios. Por ti sabemos que la Reina y Señora nos ha colocado en su corazón, que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos; sabemos y estamos seguros de que es ella quien nos conduce al verdadero Dios por quien vivimos y somos. Gracias, Juan Diego, varón santo, felicidad de México, de América y de la Iglesia entera. Amén.
México, D. F., 26 de febrero de 2002, día en que el Santo Padre Juan Pablo II ha anunciado oficialmente, en solemne consistorio, su decisión de viajar a la Ciudad de México para la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
+NORBERTO CARDENAL RIVERA CARRERA. ARZOBISPO PRIMADO DE MEXICO


Juan Diego fue propuesto como santo a la iglesia católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas; en 1990 fue beatificado y en 2002 fue canonizado. En la plaza de la Basílica existe una estatua de su imagen con el siguiente párrafo:
"Personificación de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de Dios tituló: hijo predilecto de su corazón y le mandó pedir al obispo un templo donde mostrar su misericordia. Al entregar las flores recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, (año metlactli omey actal,13 caña), fecha inmortal para todos los mexicanos.”