Capilla de Indios: Esta ermita es
el edificio más antiguo que se conserva en todo el recinto de la Basílica de
Nuestra Señora de Guadalupe.
Se le llama Capilla de los indios pues se asegura que por
órdenes de fray Juan de
Zumarraga, era el sitio donde los indígenas que ya aceptaban la fe católica
podían visitar a la Virgen y que este fue uno de los lugares que Juan Diego
señaló como uno de las apariciones de la Virgen a su persona.
Se cuenta que
aquí mismo del año 1531 hasta su muerte en 1548, vivió en este lugar Juan Diego encargado de cuidar el
primer templo.
El nombre se debe a que originalmente
esta capilla fue edificada para el culto de la población indígena a la Virgen de
Guadalupe.
En el
interior de la “Capilla de indios” se sube al altar y a la derecha, se ve la
zona arqueológica: Se conservan debajo de la misma los cimientos de los dos
primeros templos dedicados a la Virgen que mandó construir fray Juan de
Zumarraga en el lugar indicado por san Juan Diego, días después de la por él
declarada aparición de la Virgen de Guadalupe.
Excavaciones recientes han sacado a la luz los
restos de un santuario mucho más antiguos de los actuales templos guadalupanos,
situado en el costado derecho del templo actualmente conocido como
"parroquia de indios".
Una tradición constante coloca en este lugar
la casa de Juan Diego, custodio del santuario. Como se acostumbraba entonces,
los cristianos era sepultados en las iglesias o cerca de ellas, por lo cual es
probable que Juan Diego haya sido sepultado en dicho lugar, donde se encuentran
otras sepulturas de la época virreinal.
Evidentemente éste no es el único
códice donde se habla de la muerte de Juan Diego ya que se complementa con la
convergencia de otros códices, como por ejemplo el "Códice de la
Universidad" o "Códice de Bartolache".
Obtenido el permiso del obispo, dejó todo y se
retiró a la ermita de Guadalupe para servir a la Virgen, cuidando de su casita;
barrer el templo dedicado a alguna divinidad, cuidar del sahumerio y del copal
era un modo como los indígenas mostraban su devoción. Además lo consideraban
como un privilegio o una gloria ambicionada, sobre todo si ya no podían
participar en las "guerras floridas". Cfr. MENDIETA, Fray Jerónimo
de, Historia Eclesiástica Indiana, (finales del siglo XVI),
Porrúa, 2ª. Edición Facsimilar, México 1971, p. 429.
Esta comunión diaria con
los intereses de la Santísima Virgen desembocó en una vida según el Espíritu de
Jesucristo: A diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo. Se
postraba delante de la Señora del Cielo y la invocaba con fervor.
Frecuentemente se confesaba y obtuvo la gracia de poder comulgar tres veces por
semana, cosa excepcional para un laico de entonces. Ayunaba, hacía penitencia,
se disciplinaba, se ceñía cilicio de malla y buscaba la soledad para poder entregarse
a solas a la oración cfr. IXTLILXOCHITL, o.c. p.305)
Dentro del complejo de la Basílica de Guadalupe se localizan
un conjunto de iglesias y capillas que guardan gran parte de la historia del
pueblo mexicano y su fe a esta imagen.
Una de esas iglesias es la Capilla de los Indios. Conocida también como la Antigua Parroquia de
Indios, se construyó en 1649 por Luis Lasso de la Vega, vicario de Guadalupe,
famoso por ser quien, por primera vez, diera a las imprentas el Nican Mopohua,
la narración náhuatl de las apariciones de la Virgen de Guadalupe escrita por Antonio Valeriano y cuenta la leyenda
que albergó la imagen de la virgen de 1695 hasta 1709, antes de que se
trasladara a la Antigua Basílica, también dentro del complejo.
JUAN DIEGO
Juan
Diego era un indio sencillo que se mantenía del cultivo de la tierra. Nació en
1474 en Cuautitlán. Contrajo matrimonio en Santa Cruz el Alto (Tlacpan) con la
joven Malitzin, quien, al bautizarse, tomo el nombre de María Lucía.
En
1528 Juan Diego entró en contacto con los misioneros franciscanos y solicitó el
bautismo. Cuando contaba con 57 años, comenzó a ser conocido por los hechos de
las apariciones, habiendo ya muerto su esposa. Al final de su vida, todos lo
tenían por santo. El padre jesuita Francisco de Florencia, nacido en Florida en
1619, dice en su libro: “La estrella del
Norte de México”, que los religiosos le habían dado permiso para comulgar
tres veces por semana, algo insólito en aquellos tiempos en que hasta los
religiosos y religiosas no sacerdotes, normalmente, sólo comulgaban una vez por
semana.
Uno
de los escritos más interesantes y complementarios de la vida de Juan Diego es
el Nican Motecpana donde se dice: “Estando
ya en su santa casa la Purísima y Celestial Señora de Guadalupe, son
incontables los milagros que ha hecho para beneficiar a estos naturales y a los
españoles y en suma a todas las gentes que la han invocado. A Juan Diego, por
haberse entregado enteramente a su ama, la Señora del cielo, le afligía mucho
que estuviera tan distante su casa y pueblo, para servirle diariamente y
hacerle el barrido. Por lo cual, suplicó al señor obispo poder estar en
cualquier parte que fuera junto a las paredes del templo y servirle; el prelado
accedió a su petición y le dio una casita junto al templo de la Señora del
cielo, porque le quería mucho el señor obispo. Inmediatamente, se cambió y
abandonó su pueblo, dejando su casa y su tierra a su tío Juan Bernardino. A
diario se ocupaba en cosas espirituales y barría el templo, se postraba delante
de la Señora del cielo y la invocaba con fervor. Frecuentemente se confesaba,
comulgaba y ayunaba, hacía penitencia, se disciplinaba, se ceñía cilicio de
malla y se escondía en la sombra para poder entregarse a solas a la oración y
estar invocando a la Señora del cielo”. “Era viudo: dos años antes de que se le
apareciera la Inmaculada murió su mujer que se llamaba María Lucía. Ambos
vivieron castamente, porque oyeron cierta vez la predicación de fray Toribio
Motolinía, uno de los doce frailes de san Francisco que había llegado poco
antes, sobre que la castidad era muy grata a Dios y a su Santísima Madre… En el
año 1544 hizo estación la peste y le dio a Juan Bernardino. Cuando se puso
grave, vio en sueños a la Señora del cielo, quien le dijo que ya era hora de
partir, que se consolara y no se turbase su corazón, porque ella lo defendería
en el trance de la muerte y lo llevaría a su palacio celestial. Murió el 15 de
mayo del año que se ha dicho y fue traído al Tepeyac para ser sepultado dentro
del templo de la Señora del cielo, lo que así se hizo de orden del obispo.
Tenía 86 años cuando murió.
Después de 16 años de servir allí Juan Diego a la
Señora del cielo, murió el año 1548. A su tiempo le consoló mucho la Señora del
cielo, quien le vio y le dijo que ya era hora de que fuera a conseguir y a gozar
en el cielo cuanto le había prometido. También fue sepultado en el templo.
Andaba en los 74 años, cuando murió. La Purísima, con su precioso Hijo, llevó
su alma a donde disfruta de la gloria celestial”.
Con motivo de la
Canonización de Juan Diego, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de
México, escribió:
…”O como decía también el indio Martín de san
Luis: "Que siendo de diez a doce años en muchas y diversas ocasiones le
dijo Diego de Torres Bullón (...) cómo había conocido, tratado y comunicado al
dicho Juan Diego indio, porque como lleva referido era natural de este dicho
Pueblo del dicho Barrio de Tlayácac, y que era un hombre (cuando se le apareció
la Reina del cielo y Madre de Dios de Guadalupe) de cincuenta y seis a
cincuenta y ocho años, hombre de madura edad, temerosos de Dios, y de su
conciencia, y de santas costumbres, sin que diese nota de su persona, muy amigo
de ir a las iglesias, y acudir a la doctrina, y divinos oficios, causando mucho
ejemplo a todos los que le conocían, trataban y comunicaban",
"Testimonio de Martín de San Luis", en Informaciones Jurídicas de
1666, f. 46r-46v. "Testimonio de Gabriel Xuárez", en Informaciones Jurídicas de 1666, ff.
21v-22r..116.
Su vida
espiritual se proyectaba en el servicio a la comunidad: era buscado como
intercesor ante la Santísima Virgen, para que les diese buenos temporales en
sus siembras. "Testimonio de Gabriel Xuárez", en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica
de Guadalupe, Ramo Histórico, ff. 21v-22r. "Testimonio de Andrés
Juan", Idem., f. 28v., ya que estaban ciertos de "que cuanto pedía y
rogaba a la Señora del cielo, todo se le concedía" IXTLILXOCHITL, Fernando
de Alva, Nican Motecpana, p. 305. También: ESCALADA, Xavier, SJ, Ed. Enciclopedia
Guadalupana, México 1997, t. V.. Aprovechaba, además, su permanencia junto a la
casita de la Virgen para evangelizar a quienes allí acudían.
117. De esta forma, el testimonio de una vida
íntegra alcanzada por Juan Diego, bajo la acción de la gracia divina, provocó
una fama de santidad reconocida por quienes entraban en contacto con él. Marcos
Pacheco, el primero de los siete indios ancianos, informantes de Cuauhtitlán,
que declararon en el proceso de 1666, nos ofrece una síntesis al respecto:
"Era un indio que vivía honesta y recogidamente, que era muy buen
cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, y de muy buenas costumbres y
modo de proceder, en tanta manera que, en muchas ocasiones le decía a este
testigo la dicha de su tía: 'Dios os haga como Juan Diego y su tío', porque los
tenía por muy buenos indios y muy buenos cristianos", concepto en que
concuerdan los otros seis testigos. Los nombres de los otros seis testigos,
además de Marcos Pacheco, son: Gabriel Xuárez, Andrés Juan, doña Juana de la
Concepción, don Pablo Xuárez, don Martín de san Luis, don Juan Xuárez y
Catarina Mónica, en: SADA Lambretón, Ana María, Las Informaciones Jurídicas de
1666 y el beato Juan Diego, Ed., Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, México
1991, p. 105.; otro testimonio es el de Andrés Juan, quien se refería a Juan
Diego llamándolo "varón santo" "Testimonio de Andrés Juan",
en Informaciones Jurídicas de 1666, Archivo Histórico de la Basílica de
Guadalupe, Ramo Histórico, f. 28v. y "varón santísimo"
"Testimonio de Martín de san Luis", en Informaciones Jurídicas de
1666, f. 46v
118. Efectivamente, Juan Diego era tenido por el
pueblo como "un indio bueno y cristiano", o como "un varón
santo". Ambos títulos eran más que suficientes para expresar la buena fama
de que gozaba, lo cual se ve reafirmado por el hecho de que lo propusieran como
ejemplo para los demás y de que se acercaran a él para que intercediera por necesidades
personales y del pueblo. Así pues, Juan Diego no sólo intercedió a favor del
sostenimiento de la vida, sino que también a través de su testimonio motivó que
hubiera un punto de referencia familiar. El Nican Motecpana exclama sobre la
vida ejemplar del beato: "¡Ojalá que así nosotros le sirvamos y que nos
apartemos de todas las cosas perturbadoras de este mundo, para que también
podamos alcanzar los eternos gozos del cielo!" IXTLILXOCHITL, o. c., p.
305.
119. En Juan Diego se hace realidad la tradición oral de nuestros pueblos
indígenas, que se ha mantenido desde tiempo inmemorial hasta el día de hoy. Una
de estas tradiciones que actualmente se comunica de padres a hijos, de abuelos
a nietos, proclama: "Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del
Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a donde llega la manzana del Volador: una
Mujer con gran importancia, más que los mismos Emperadores, que, a pesar de ser
mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador de vida, y
pisa la Luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las
Estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos
sembrar, doblar o cosechar. Es importante esta Mujer, porque se para frente al
Sol, pisa la Luna y se viste con las Estrellas, pero su rostro nos dice que hay
alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo de respeto. Nuestros
mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera armonía en la vida.
Esta Mujer dice que, sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos,
para que Ella los presente al verdadero Dios" "Tradición oral de San
Miguel Zozocolco, Veracruz", recogida por el P. Ismael Casas en 1995, en
Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Archivo para la Causa de
Canonización de Juan Diego..
120.
Una personalidad como la de Juan Diego, vivida en fidelidad a la voluntad
divina y al servicio de los hermanos se convierte, para cualquier bautizado, en
un modelo que llama a la conciencia y nos anima a confrontar nuestro estilo de
vida con el Evangelio de Jesucristo, y a integrarnos con los demás miembros del
pueblo de Dios para seguir colaborando en la misión a favor de esta ciudad de
México. Contemplación, oración, práctica sacramental, ayuno y penitencia,
misión, son parte de la personalidad espiritual del agente laico evangelizador.
146.
Vivimos en la actualidad una etapa difícil de nuestra historia: sufrimientos
por la crisis internacional, fuerte carencia de valores humanos y espirituales,
angustia existencial de los jóvenes que no encuentran su identidad ni su misión
en el mundo, hedonismo y odio que corrompen el corazón humano, tanta pobreza e
injusticia social que golpean la dignidad de hermanas y hermanos, todos
aquellos que se han alejado del verdadero Dios, tanto desperdicio de riquezas y
cualidades culturales, personales y sociales, en fin, tantos miedos para vivir,
para compartir, para amar de verdad.
147.
Necesitamos la participación de todos para hacer realidad la construcción del
"templo" que pidió Santa María de Guadalupe, a saber, el templo de
nuestra ciudad, de nuestra nación y de otras naciones. Se trata de alcanzar una
identidad que parta de nuestras conciencias, se construya en medio de nuestras
familias, para que desde ahí sea proclamado el mensaje de nueva vida en Dios,
que Nuestra Señora de Guadalupe ha hecho florecer para el mundo entero.
148.
Querido Juan Diego, muéstranos dónde quiere la Reina del Cielo, nuestra amada
Niña, nuestra Madre, nuestra Señora de Guadalupe que le edifiquemos su templo;
en qué corazón, en qué alma, en qué espíritu debemos construir la fe, esperanza
y amor. Dinos dónde recogiste estas hermosas flores llenas de rocío matinal,
dónde estaban arraigadas, quién las hizo crecer para nosotros, quién las
acarició y las acomodó en tu tilma. Queremos ser esas nuevas rosas que
florezcan en nuestro valle a veces tan frío, tan árido de civilidad. Queremos
seguir dibujando con el pincel del Espíritu de Dios el rostro mestizo y moreno
de cada habitante de esta ciudad, rostro donde resida y crezca el amor. Dinos,
querido Juan Diego, indio diligente y obediente, indio noble y paciente, indio
fiel y verdadero, dónde debemos ir, por cuál sendero debemos caminar, para
llevar a este pueblo delante de santa María de Guadalupe, para que sean
escuchados sus ruegos, sus tristezas, sus llantos, para que sean acariciados
por esas manos cobijadoras de Madre. Condúcenos, amado Juan Diego, ante la
Muchachita Morena del Tepeyac, nuestra Madre amorosa y compasiva, pues creemos
en el mensaje del que fuiste testigo y nos has transmitido como fiel misionero
de Dios. Por ti sabemos que la Reina y Señora nos ha colocado en su corazón,
que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente de nuestra alegría,
que estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos; sabemos y
estamos seguros de que es ella quien nos conduce al verdadero Dios por quien
vivimos y somos. Gracias, Juan Diego, varón santo, felicidad de México, de
América y de la Iglesia entera. Amén.
México,
D. F., 26 de febrero de 2002, día en que el Santo Padre Juan Pablo II ha
anunciado oficialmente, en solemne consistorio, su decisión de viajar a la
Ciudad de México para la canonización del Beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
+NORBERTO CARDENAL RIVERA CARRERA. ARZOBISPO
PRIMADO DE MEXICO
Juan Diego fue propuesto como santo a la iglesia
católica y durante mucho tiempo su templo fue venerado por los indígenas; en
1990 fue beatificado y en 2002 fue canonizado. En la plaza de la Basílica
existe una estatua de su imagen con el siguiente párrafo:
"Personificación
de nuestro pueblo, a quien la excelsa Madre de Dios tituló: hijo predilecto de
su corazón y le mandó pedir al obispo un templo donde mostrar su misericordia.
Al entregar las flores recibidas como señal, apareció estampada en su tilma la
maravillosa imagen de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531, (año metlactli
omey actal,13 caña), fecha inmortal para todos los mexicanos.”